Semblanza.

“No sé por qué  te cuento esto. Creí que ella llegó de un mundo raro, lo que me hizo creer la mentira de la canción. Pero después descubrí que se parecía a mí de la misma manera en la que todos los seres humanos nos parecemos mucho. La primera vez que la vi no fue muy especial: ella era una parte del paisaje como también lo eran las mariposas blancas y los edificios grises.
Muy pretencioso pero cierto. Desde entonces vivo en un laberinto de soledad, encontrándolo como el mejor nombre para mi estado ahora mismo.
No atinaría a describirla de una manera coherente (esa es mi maldición) porque he llegado a descubrir que ella existe más como idea que como persona, siendo más mía que del mundo, sin serlo en ese final entre yo y el mundo, en donde está la otra ella. Ella es una pequeñita que corre de la lluvia con sus huarachitos blancos, bajando una pendiente milenaria; ella es un hada onírica que atrapa las hojas que el cierzo, el austro y el bóreas van tirando, para conseguir un deseo tras juntar el número de la existencia; ella es el peligro inminente frente al insecto que no tiene más remedio que fingir la muerte.
Somos duración, dijo un francés que siempre pensé que era inglés, así que me perdonarás que no te pueda hablar bien de tiempos. Sólo una vez le dije que me fascinaba como la muerte a los animales que fingen no existir más. También quiero agregar mi último descubrimiento: si prometía algo era con la idea de que ella estaba en mi porvenir. Por eso es que me gusta recordar ese porvenir que no pude elegir.
Quedamos en que no (aunque pareciera) venía de un mundo raro, ni tampoco iba a Comala. No se movía tanto en el mundo como en sí misma, y en eso se parecía a mí y al general Aureliano. Habían veces que venía de un día en la canícula de hace varios años y otras veces venía de un aluna llena o de una estrella huidiza que tuviera en el cielo.”
El hombre de los lentes lo había dejado hablar tratando de no moverse, casi conteniendo la respiración en medio de la especie de trance que tomó al anciano mientras avanzaba en la semblanza. Tuvieron que pasar 5 minutos de pesado silencio para que el hombre de los lentes lo invitara a continuar. A el hombre de lentes, o el doctor Arellano, nunca le había gustado del todo el ambiente del hospital, a excepción de su consultorio. Los hospitales siempre olían a gente enferma y productos de limpieza. En este parecía sobreponerse el olor a enfermedad.
“Discúlpeme, no supe que más decir. Pero creo que sé qué es lo que sigue ahora. Pensar fue el problema. Estaba a dejarme caer, con confianza, por el precipicio para llegar a algo más parecido a una Caritas  que a cualquier manifestación del Eros, pero llegó la duda. El hecho era que no la conocía. Pensar sobre la relación de Beatriz y Dante, Francisco y Laura, hasta llegar a la locura de pensar que era más como Dulcinea.
Eran noches larguísimas de pelea conmigo mismo. Debo confesar que siempre he tenido miedo, pero ésta vez el miedo iba más allá de lo que hubiera pasado antes. Caminar todos los días sobre el concreto rodeado de plantas y árboles que a veces veía hacía arriba, para llegar a mi lugar de trabajo y llevar un día casi mecánico, siempre con la precaución de no encontrarla como encontraba a las mariposas blancas o a los edificios grises en los que viví tanto tiempo. Noches larguísimas de un silencio molesto, porque era el silencio que me dejaba escuchar cada movimiento y los latidos de mi corazón, un silencio en el que no se podía callar al hombre dentro de mi cabeza y que me recuerda que existo.
Me decidí a conocerla, pero despareció. Sé que el sentido es otro pero sigue siendo un laberinto del que no he podido escapar a pesar de los años. Sabes en donde he estado la mayoría del tiempo y estaba en aquel tiempo. Un día, sin ninguna señal ni predicción, mucho menos un ambiente especial, regresé y sólo quedaban los árboles, las mariposas blancas y los edificios grises.”
El doctor Arellano se levantó, intercambió un apretón de manos silencioso con el anciano y se dispuso a marcharse. Pero se detuvo observando con curiosidad y lástima al anciano que sólo veía hacia un punto perdido en el suelo que alguna vez fue muy blanco. Después de varios segundos dijo: “Siempre me gustaron mucho sus cuentos. ¿Cómo  iba a imaginar que usted terminaría aquí?” El anciano levantó la vista hasta el doctor y sonrió.
El doctor Arellano necesitaba dormir, pues el día siguiente era sábado y quería llegar temprano por su hijo e ir juntos para pasar el día en la playa. Lo había prometido. Sin embargo, esa noche no pudo dormir. Aunque un poco desordenado, era muy coherente la historia del anciano. Al doctor Arellano le preocupaba que su admiración por ese hombre interfiriera con la atención que tenía que brindarle. Ninguno de los conocidos, amigos o familiares del anciano supo jamás de esa mujer. Tras la ventana, en medio de la noche, Samuel Arellano creyó ver una estrella fugaz con el rabillo del ojo y pidió su deseo.
El lunes regresó con una sonrisa inusual a su lugar de trabajo, pues había cumplido con la promesa a su hijo. Pero su semblante cambiaría. Por la tarde, quiso volver con el anciano para escuchar más de la semblanza de aquella mujer tan misteriosa. Pero el anciano ya no estaba.
La enfermera estaba especialmente lacónica frente a la muerte del anciano. Sólo pudo referir que recibió una visita el sábado por la mañana y después de 5 minutos la mujer pidió ayuda a gritos. Todos habían pensado que era otro ataque que lo llevaba a un estado cataléptico, pero nunca más regresó. Samuel Arellano escuchó el relato de la enfermera y esbozó una sonrisa, pues su deseo se había cumplido. Eso molestó mucho a la mujer, la cual frunció  el ceño y se fue argumentando mucho trabajo. Samuel Arellano vio a la mujer alejarse y el portazo tras de sí. Después exclamó para él mismo: “Quizás ella sí existió y no fue sólo un personaje literario”.  

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