Parecería injusto decir que todo fue culpa de Andrea. La cuestión es que tenía muchísimo tiempo sin verla. Todos cambiamos todo el tiempo y ella no sería la excepción, la encontré menos delgada que después de enferma, pero también con otro modo de hablar como soltando las palabras desde sus 15 años, aunque ella ya ande por el segundo piso. Sabes que es de esas personas con las que no importa mucho el lugar para estar bien y tener una buena charla, aunque a ella le comenzó a importar con el tiempo. Hablamos todo el día sobre amores, amigos y recuerdos que conocíamos del otro. También se tuvo que hacer mención a los temas peliagudos, que ella supo sortear impersonalmente con una habilidad que no le había visto en el pasado.
Ya en los tacos, se sentó una pareja frente a nosotros. El chico comenzó a quejarse de su vida mientras la chica, visiblemente aburrida de la situación, trataba de reconfortarlo. Pero él seguía en una especie de berrinche de niño grande, gritaba improperios al mismo tiempo que la voz se le quebraba para decir, con voz un poco más baja “mi vida es una mierda”. Entonces Andrea tenía que voltearse, como viendo el reloj, para disimular la sonrisa que le provocaba el comportamiento de nuestro compañero comensal. Ahora sé que esa fue la primera pista, el punto en el que las cosas comenzarían a dividirse sin que me diera cuenta, porque así pasan los grandes fenómenos del universo.
Ya fuera de los tacos, tuve que echarme a reír mientras ella lo hacía también. Me recordó la vez que había hecho berrinche en el cumpleaños de Gatomalo porque una amiga me hizo sentir mal con un comentario de Irene, aconsejándome que la olvidara porque ella jamás me querría. Yo seguí intentando para la risa que no precisamente se había desatado por el chico que odiaba su vida, sino porque Andrea estuvo a punto de meter a un invidente al congelador de los refrescos. El hombre había entrado a pedir dinero, cantando, mientras agitaba un vasito en el que conservaba algunas monedas y después no podía encontrar el camino de salida en el pequeño local casi circular. Justamente cuando se acercaba a tientas al congelador le dio a Andrea por abrir la puerta y el hombre dio con la rodilla en los embuditos que guardaban en la parte baja y una mano en una coca de vidrio. Tuvo mucha suerte de no haber intentado salir por el lado del trompo al pastor.
Cuando llegamos a avenida Universidad recordé lo que me había dicho. Entonces me di cuenta de que yo no podía recordar eso. Festejamos un par de veces el cumpleaños de Gatomalo. La primera vez no estaba Andrea y cerraron el local un par de meses después, a pesar de que era el lugar con más ambiente en San Ángel. La segunda vez las alcancé para ir a comer en una fiesta a la que sólo Andrea había sido invitada. Legué medio ebrio y después de comerme como 15 tostadas en la casa de la chica que quería con ella y la invitó, nos fuimos a la Condesa para llegar temprano al karaoke que cerró como un año después. Yo me fui esa vez en un taxi que me cobró demasiado barato cuando todos ya se habían ido. En el karaoke se me bajó la peda de cerveza y me puse una con whisky, de tal manera que el taxista pensó que iba súper cansado aunque en realidad me estaba durmiendo de borracho.
La segunda pista la tuve con Gatomalo. Fuimos a la cineteca y tuvimos que esperar al horario de la gente no tan normal que necesita un Woody Allen en la fila para dejar de mamar lo mucho que saben sobre la obra de Kubrick o Buñuel; porque la película que ella quería ver pasaba hasta la noche. Por ello aprovechamos el tiempo hablando de las mil cosas que podemos hablar juntos. Ella hacía mención de Kerouac como un niño asombrado y enojado que se había enamorado de un completo cabrón. Entonces me recordó la vez que había viajado a otro estado de la república para estar en una fiesta con Irene.
Fue cuando tuve que hacer recuento de los daños. Gatomalo me confirmó que había salido cabizbajo y sin despedirme de nadie aquel día de su cumpleaños en la Condesa. Yo le respondí que no podía ser, la única Irene que conocía estaba al otro lado del mundo estudiando un chingo para ser una científica famosa y no me hablaba hace mucho, a pesar de que había soñado con ella y le había enviado mensaje; como me enseñó mi abuelita. Gatomalo pensó que era una broma: “¡Ya pendejo!”, fueron las dulces palabras que me encomiaron a dejar de chingarla con mi sarcasmo. Pero no era así.
Con decirte que ni me acuerdo de lo que trató la película. Sólo sé que después de la misma, sin hablar demasiado, le dije a Gatomalo que necesitaba llegar en chinga a mi casa y nos dirigimos al metro. Me despedí de ella en el trasbordo de Zapata y llegué a mi casa casi sin saludar ni cenar para revisar mis redes sociales. Al principio no encontré nada inusual por lo cual proseguí a dormir esperando que sólo fuera un malentendido en el próximo día. Pero en los 5 minutos en que se piensan pendejadas justo antes de dormir me di cuenta de que había revisado mis publicaciones (que nunca han sido demasiadas) de los últimos 5 años, así como las fotos y vídeos que aparecen en todas mis redes. También revisé todos los seguidores, seguidos y amigos añadidos a cada una de las redes. Lo que se me olvidó revisar fueron las personas a las que tenía bloqueadas. Me levanté de repente y tomé el celular que no había quedado bien conectado para cargarse durante la noche, al lado de la cama obvio. Había bloqueado a una tal Irene Luna hace varios años. A pesar de que habilité el perfil para poder verlo, el mismo se había dado de baja y no volvió a aparecer.
Fue entonces que vine contigo porque sólo somos conocidos y me dijiste que conmigo no aplicaba que no me pudieras dar ayuda psicológica. He pensado que quizás podría tratarse de un trauma reprimido, algo que tiene que ver con una amnesia a partir de una emoción muy fuerte o algo por el estilo.
¿Qué si he tenido más pistas? Pues sí. Después de los incidentes no he visto de nuevo a Andrea hasta ayer, pero eso luego te lo cuento, ya te dije que le da por desaparecer de formas diversas. Con Gatomalo he intentado abordar el tema, como quien dice, por la tangente. Comienzo a hablar sobre los años en los que se supone que de alguna manera estaba esta misteriosa Irene en mi vida y hago que recuerde. A partir de ello he obtenido más información y anécdotas en las cuales yo estuve profundamente enamorado de aquella mujer o chica, o personaje de la mitología. Pero frente a estas anécdotas, como la vez que cruzamos un bosque de la mano como parte de un reto, no podía recordar ni una pestaña de la susodicha. También me he percatado de que Gatomalo habla de ella como habla de una prima muerta o alguien que no va a regresar. No me he atrevido a preguntar directamente porque se supone que yo sé lo que ocurrió y en donde está.
Tengo que decirte que me parece muy cansado esto de repetir en cada sesión lo que ha ocurrido desde el principio. Sé que ustedes, dependiendo de cómo se acomoden, tienen diferentes formas de hacer superar los traumas a las personas, pero creo que esto ya no está funcionando. Después de los 6 meses de sesiones creo que tú ya también te deberías de haber cansado de la misma historia. Que si los tacos y el ciego, que si la Cineteca. Está claro que no somos máquinas y tiene ciertas variantes cada vez. Algún día vi que también a partir del hipnotismo podían conectar a las personas con el inconsciente y entonces le salían las verdades a uno más fácil. No sé si estés familiarizada con este tipo de prácticas, supongo que a todos les enseñan en la facultad después de Brujería III.
Bueno. Lo que viene después ya lo sabes. Medio recordé que en la facultad fui una persona más o menos conflictiva y me di cuenta de que quizás mucho tuviera que ver con la cuestión de mi olvido. El punto es que sólo tenía tres personas a las cuales preguntar y se iban a tomar la amnesia selectiva como otra de las tantas chingaderas que me había inventado para conseguir algo.
De hecho así sucedió. Después de que, muy seriamente, le expuse mi situación a Gatomalo me mandó a la chingada: “Ya estoy hasta la madre de estas cosas. Tienes que aprender a pedir las cosas como las demás personas, sin que tengamos que acceder a fuerzas para qe no te vayas a morir de gonorrea o te metan al loquero.” Entonces me di cuenta de que tenía que tomar al toro por los cuernos; tú me entiendes estas frases de viejito.
Busqué a mis antiguos compañeros y tuve que sostener pláticas que me parecían interminables en un café o bar, sonriendo de manera boba para encontrar algún indicio de la misteriosa Irene que yo no recordaba. Obtuve más anécdotas como a mí mismo rompiendo botellas en la salida del antro porque me acordaba de que nunca me quiso. También una imagen muy general de la cual pude abstraer que no era la más popular, ni la más guapa, ni la más simpática, ni la más inteligente, ni la más cuerda. Sin embargo yo estaba enamorado de ella. Quizás sea por esto: “ni la más cuerda”. Tengo que admitir que siempre he tenido cierta fascinación por la gente intensa.
Bueno, para no hacerte el cuento largo. Creo que esto no está funcionando, ya estoy hasta la madre y estoy quedando como un pendejo. Me enteré de que ya soy parte de las pláticas cuando se juntan a chismosear sobre lo que ha pasado con todos los compañeritos de la facultad. Más allá de los tempranos matrimonios, los embarazos no deseados justo después de titularse, y los novios que regresan como tanta gente fuera de sus cabales, yo me he convertido en tema de conversación. Para acabarla de amolar, ayer llegué al departamento y encontré a Armando, Gatomalo y Andrea. Se juntaron para hacerme una pinche intervención porque una cosa es que uno consuma drogas y otra es que las drogas lo consuman a uno. Por ello he tomado la firme decisión de que me voy a ir a la chingada a encontrar a la tal Irene.
Te pido que no me digas nada, haz sido la mejor terapeuta/psicóloga/hierbera/chica buena onda que pude tener para contarle mis problemas. Ni quiero que creas que estoy huyendo de otras cosas como lo cientos de trabajos en los que no he prosperado, ni la titulación que se ha postergado hasta el infinito. Mucho menos quiero que creas que se trata de mi problema con mi familia y el resto del mundo, sobre todo la misantropía que tanto me achacan. No quiero que te quedes con la imagen de un escritorcillo fracasado.
Quiero irme lejos con el peligro de que me secuestren y me saquen lo riñones para vendérselos a un millonario de 80 años. Pero mi secreto es que ya ninguno de mis órganos es vendible. Ir para el sur y que la policía de la frontera me extorsione o algo. Nada más quiero que sepas de que se trata de un proceder profundamente meditado. Quizás si te cuento las últimas noticias sobre mi condición puedas comprenderlo.
Después de la pinche intervención pensé que quizás encontraría algún indicio en el cajón de las cartitas que tengo desde la secundaria. Ahora quiero que pongas mucha atención porque la asociación es como de novela de Umberto Eco, así de mamona. Abrí una carta y recordé a la primera niña con la que tuve sexo. En ese momento tuve una especie de imagen que viene de repente, nada orgásmico o cosas por el estilo. No era sólo Johana, sino otra persona a la que estaba recordando, o recreando. Entonces leí todas las benditas cartas hasta las 2 de la madrugada. Cuando uno no duerme mucho comienza a desvariar, pero yo estaba seguro de que por fin tenía recuerdos de Irene, la Irene de la que todos me habían hablado. Irene tenía la dulzura de Johana, las formas de Ana, el temple de Beatriz, la locura de Diana, la simpleza de Alejandra, la sensualidad de otra Alejandra (es un nombre común). La fuerza de Daniela, la forma sublime de hacerme piojito de Itzel, los ojos de Fernanda, los labios de Isabel y el cuerpo de Camila. Esto no se trata de las advocaciones de la virgen en el rosario o los nombres de Dios haciendo combinaciones con la Torá, por más que así parezca.
La tecnología se puede definir como formas de hacer, mismas que se habilitan a partir de herramientas diversas. Guardar nuestros datos en los grandes servidores de compañías no sirve solamente para lucrar con nuestra información personal. Da la casualidad que desde cualquier computadora en la que entre con mi perfil del buscador puedo (por supuesto) ver mi historial de búsqueda, y también obtener la información de caché guardada en el tiempo. Es a partir de ello que cuando pulsé la letra “B” en el buscador me apareció como una de las posibles direcciones a seleccionar mi blog personal. Ahora no tengo idea de cómo hacerle pero a algún lado tendré que ir para averiguar la manera en la que toda mi generación pueda tener memoria de un personaje del que yo escribí que me enamoraba.
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| «Madona», Edvard Munch. |