¿No es romántico? Sí es romántico

«Isn’t It Romantic» (2019) es la nueva comedia romántica en los tiempos de la posmodernidad. La última pellícula de Tood Strauss-Schulson, que nos ha traído fenómenos tan mundialmente desconocidos como «The Final Girls» (2019), comienza con una secuencia en la cual una madre desanima a la romántica hija sobre el amor que se retrata en el cine («Pretty Woman, 1990). Posteriormente, con una dirección de arte constreñida, nos presenta la vida de Natalie, destacando lo pusilánime en el espíritu de nuestra protagonista. Sin embargo, esta pequeñez de carácter contrasta con el ímpetu con el cual hace patente su rechazo a las comedias románticas frente a su asistente y amiga.

Natalie no se da cuenta de que su mejor amigo está enamorado de ella en el rechazo por el amor romántico implantado por u madre. Posteriormente, en medio de un asalto en el subterráneo choca pierde el conocimiento y es trasladada a un mundo de comedia romántica. Después del shock se da cuenta de ello y decide poner fin a la historia paa regresar a su mundo.

No me resulta especialmente impresionante que haya visto este contenido en Netflix. El estudio de mercado de esta plataforma es de lo más acabado y el progresismo pugna por la eliminación del amor romántico debido a su «toxicidad». Es por ello que una película que da cuenta de este aspecto y se burla de ello agrada al público casando de la misma historia una y otra vez, además de satisfacer un pretendido canon en las relaciones interpersonales.

La película es verdaderamente divertida, sobre todo en la ironía a los clichés del género. Sin embargo, aunque nos estemos burlando de este tipo de películas terminamos viendo la misma película. Es cierto que hay un desplazamiento en el sentido (la protagonista odia todo este mundo de rosa) pero en la reproducción burlesca de aquello que se está criticando presenciamos de nuevo aquello que se está criticando. Un mundo de rosa, personas hermosas y ricas luchando por el verdadero amor, citas perfectas, gestos cursis, impedir una boda y la epifanía del verdadero amor. Todo se encuentra ahí mismo. El desplazamiento no es suficiente para generar desconcierto en el espectador, sino lo contrario, hay una pasividad en la recepción de códigos probados hasta la saciedad. La cita de Natalie y Blake sigue funcionando como origen de suspiros, aunque velados, en todas las personas que desearían cenar con Liam Hemsworth y después robar una heladería.

Esta historia romántica que no quiere ser romántica deja con la conciencia limpia al nuevo librepensador: nos estamos burlando del amor tóxico. Esto se pone de manifiesto, sobre todo, al final de la cinta. Al momento de impedir la boda de su mejor amigo Natalie se da cuenta de que ella en verdad se ama a sí misma. Esto no impide que después de regresar a su mundo se haga novia del mejor amigo y la película termine con un acto musical pegajoso lindo y extraño.

De esta manera «Isn’t It Romantic» preserva la cantidad necesaria de amor romántico y es políticamente correcta, se mantienen la fantasía y la conciencia satisfechas.

El mal de Montano o Vila-Matas demiurgo

«El mal de Montano» (2002) es uno más de los libros de Enrique Vila-Matas. Se tiene que hacer la referencia a un libro y no expresamente una novela por la idea (referida a Sergio Pitol) de que la literatura del presente es narrativa, poesía, ensayo y memorias al mismo tiempo.

Este libro está dividido en tres partes. La primera parte comienza como la narración de un crítico literario sobre el mal de su hijo: Montano está enfermo de literatura. Este crítico de literatura también está enfermo y comienza a escribir un diario sobre ello. Su hijo puede transportarse a los recuerdos de otros escritores (como en un cuento que él escribió); el padre relaciona todo con sus lecturas.

La segunda parte del libro es cierto despertar. Se nos revela que en realidad la primera parte solamente era la novela de un escritor consolidado. Este comenzó a escribir como un diario y terminó convirtiendo en novela lo que le ocurría en el juego amplio de la ficción. Este escritor habla sobre sí mismo al tiempo que recorre un alfabeto con escritores y sus diarios.

La tercera parte es mucho menos concreta. Este escritor retoma lo anterior como una conferencia que recitaría tiempo después. Quizás sea la parte más confusa porque es aquella en la que no se puede saber la diferencia entre la verdad y la ficción.

Concedamos a priori que Vila-Matas es un idealista. Encontramos un par de ideas muy cercanas, y vinculadas entre si: estar enfermo de literatura y el desdibujamento entre la vida y la literatura. Como el autor presume en el caso de André Gide, las memorias se convierten en el mejor método para encontrar la literatura del fin de la literatura. Esta es una tercera idea que aparece en la obra de este escritor (Dublinesca, 2010): si no hay una manera certera de separar a la vida de la ficción, entonces todo es literatura, entonces es el fin de la literatura como la conocemos.

La literatura como proceso, como conglomerado válido de referencias frente a lo leído, como una forma de comprender al mundo (el autor cita a JEP) resulta la metodología en la que el autor se embarca hacia referencias propias e indiscreciones, como presumir su estilo de pastiche, buscando lo literario en ello.

Más allá de la búsqueda en forma y estilo, este fundamento en la escritura puede resultar engañoso. En este libro ofrece varias imágenes que llaman la atención, como el hombre «Nosferatu», las apariciones de autores a los que alude (en medio del bosque, muriendo en la nieve), el panorama kafkiano en sus viajes y la lluvia. Sin embargo, estas imágenes sólo funcionan si se conciben como un mundo propio entrelazado de manera simbólica. El mejor ejemplo de ello son las relaciones (forzadas) que el personaje establece entre la muerte de un autor y la de su abuelo, y que ambos fueran grandes paseantes. De esta manera, la imagen, la narrativa sólo es un ladrillo en una especie de laberinto de referencias que busca Vila-Matas.

De manera muy burda, se permitirá en este instante dividir a los autores entre aquellos que buscan contar una buena historia y aquellos que buscan innovar en la forma de contar una historia. En la literatura contemporánea, ejercicios como «El mal de Montano» resultan ejemplos reveladores en los cuales la forma y el estilo es lo que interesa. No nos referimos al ejercicio oulipiano de escribir con sólo una letra. Se trata de la construcción de un mundo de significado autorreferencial. Ante este desplante no cuesta trabajo preguntarse: ¿cómo enriquecería el mundo de alguien que no tiene la menor idea de quiénes son Kafka, Dickinson o Pessoa? Y es que el grandísimo peso del canon literario desplegado por el autor es lo que le brinda solidez a su discurso. Enrique Vila-Matas no solamente está sobre hombros de gigantes sino que los agarra fuertemente del cabello para no caerse.

Como se le ha reprochado varias veces al arte contemporáneo, los dispositivos de Vila-Matas son comprendidos por los expertos porque se sustentan en sus propios discursos. Para el lego en la materia sólo ofrece una serie de imágenes llamativas y existencialismo repetitivo en medio de un entramado de referencias literarias.

Sex Education y el «marxismo cultural»

Sex Education (2019) es una de las nuevas series de Netflix para este año. Dicha producción británica es la historia de Otis (Asa Butterfield), un joven de 16 años que vive con su madre (Gillian Anderson) una terapeuta sexual. La cuestión es que Otis tiene un rechazo a cualquier conducta sexual al tiempo que todos los adolescentes a su alrededor «lo hacen», en palabras de su amigo Eric (Ncuti Gatwa). Las circunstancias lo llevan a formar una sociedad con Maeve (Emma Mackey), la cual necesita dinero y se da cuenta de las habilidades de Otis para solucionar problemas sexuales de los compañeros en la escuela. Obviamente Otis está enamorado de Maeve.

Rápidamente destaca en esta serie el abordaje del sexo a partir de cierta posición progresista. La Dra. Jean F. Milburn es una madre soltera que tiene sexo frecuentemente con diferentes parejas, además de que hay una educación abierta sobre temas sexuales con su hijo. Hay una fuerte presencia de «multirracial»: Eric tiene origen africano y es queer, Jackson es el chico estrella de la escuela y tiene dos mamás, dos de los más populares tienen claros rasgos indios y uno de ellos es abiertamente homosexual.

De igual manera, los temas que aborda esta primera temporada son diversos alrededor del sexo y las primeras experiencias. Fuera de la imposibilidad de Otis, Eric tiene que salir del clóset con su familia y con el mundo, Maeve tiene un aborto, Adam no puede eyacular con su novia, un par de chicas lesbianas no tienen placer al estar juntas, una pareja debe tener sexo en la obscuridad porque a la chica le avergüenza su cuerpo, una chica es chantajeada con una foto de sus genitales. Quizás se trata de una lista demasiado larga de situaciones sobre el sexo. Sin embargo, cuando Lily le cuenta a Otis que no se trata de un gran deseo por tener sexo, sino que siente que se está quedando detrás respecto al resto de las personas como ella, algo da en el clavo.

Cuando CHAOS o la nueva Sabrina salió en Netflix algunas voces culparon a la serie de «marxismo cultural» o «propaganda feminista». Si bien, ambos términos son debatibles en este caso, se recurre a Sabrina porque Sex Education fácilmente podría ser objeto de estas críticas. En modo alguno se puede decir que toda representación debe obedecer a la política, pero es una visión miope aquella que pretende una nula relación entre la política y las representaciones que alimentan nuestra fantasía. En este caso cabe resaltar que Sex Education simplemente ocurre. La narración pasa frente a nosotros con una naturalidad que no se detiene a proclamar los defectos del patriarcado o las contradicciones internas de las relaciones de producción.

Respecto a lo anterior, se considera que tanto la realización como los aciertos en la narración (guión) son aquellos elementos que brindan a esta serie de un desenvolvimiento «orgánico». En primer lugar, hay una dirección de arte y vestuario que crea una atmósfera en la cual el espectador se siente a salvo. Se trata de ropa que alude a los 80 y añade al moldeamiento de los personajes (con el gran ejemplo de Eric). De esta manera, la dirección de arte obedece a una fotografía completamente subsumida a la historia: cuando Maeve encuentra a Otis con Ola podemos ver a la pareja desde la perspectiva de esta chica y el contraplano nos muestra su decepción.

Si la realización nos envuelve en la historia es la identificación la que nos hace crear conexiones. Otis es nuestro protagonista, pero ello no quiere decir que los demás personajes no tengan profundidad. En este sentido, se otorgan una serie de elementos que brindan el punto de apoyo para el desarrollo del personaje: la relación de Eric con su familia (especialmente su padre) y su homosexualidad; Maeve y sus relaciones con su familia, Otis y Jackson; Adam y su padre, su homosexualidad y la falta de disciplina. Los personajes con sujetos. No fallan porque ellos quieran o como residuo de una ambición mayor, simplemente están aprendiendo cómo vivir. Por eso nos podemos ver en ellos, porque también estamos aprendiendo alguna manera de vivir.

The House That Jack Built o el Lars von Trier más obscuro

«The House That Jack Built»(2018) es la última película escrita y dirigida por  Lars Von Trier. Se trata de la historia de Jack (Matt Dillon) el cual nos introduce  al anunciar varios sucesos al azar (5 inicidentes) que ocurrieron durante 12 años, además de un epílogo. Sin embargo, Jack está hablando con un misterioso personaje al cual llama Verge (Bruno Ganz), sobre la obscuridad y el sonido de agua corriendo. Se trata de un diálogo que ocurre bajo las imágenes de la narración, o una historia (literalmente) subterránea.

Cada suceso corresponde a una oportunidad de asesinato consumada. Al establecer que se trataba de sucesos al azar salta la idea de que no debe haber una correspondencia cronológica. Pero Uma Thurman con la frente abierta en dos por un gato hidraulico (jack en ingléspareciera el contingente inicio de la serie de asesinatos de nuestro protagonista. También resulta una buena introducción al resto de los incidentes: la ingenuidad (a veces estupidez) de las víctimas, las pulsiones del asesino como principal motor de su conducta, así como su suerte y la deficiencia en el trabajo de la policía. Y se establece una introducción como tal. Jack le habla a Verge sobre la razón por la cual es un ingeniero, aunque él se considera un arquitecto, además del proyecto de construir una casa. En las interpelaciones de Verge queda clara la psicopatía de nuestro personaje principal.

Jack se considera un artista y considera al arte como lo más sagrado que existe, como la única forma de darle sentido y existencia pura al mundo. El montaje de von Trier ilustra la forma en la que la psicopatía de Jack se alimenta del aura de la obra de arte y el mito del artista como el elegido para traer lo sagrado a la tierra, la herramienta de algún depravado demiurgo, aunque libre en ello. Y alude a una serie de cuadros (sobre todo) para esto, en donde hay una preponderancia del romanticismo entre William Blake y Delacroix. Se trata de un asesino inteligente, culto, con TOC (trastorno obsesivo compulsivo) y quizás por ello más cruel que  otros.

En el segundo incidente Jack logra entrar a la casa de un viuda, la asesina y escapa providencialmente de la policía. En el tercer incidente consigue a una familia para darle caza (no confundir con casa). En el cuarto incidente se hace una novia rubia y tonta para matarla. En el quinto incidente busca atravesar 6 cabezas con una bala blindada (full metal jacket) para encontrar solución a un problema que surgió en el frente oriental de la segunda guerra mundial. Jack sacaba fotos de cada asesinato, pues en los negativos podía observar lo obscuro de la luz.

Pero enunciar los incidentes no hace justicia al trabajo de von Trier. En principio, hay una búsqueda de contar una buena historia como en «la trilogía de golden Heart» (1996, 1998 y 2000). Una buena historia se aproxima a la vida (no es gratuito la constante mención a la Nouvelle vague en el manifiesto de Dogma 95), los personajes tienen profundidad y sólo las formas (cinematográficas) correctas lograrán comunicarlo. Una buena historia impacta al espectador, lo saca de su zona de confort y su cotidianidad, lo lleva los límites de lo humano para reconsiderarlo. En este punto, la referencia a la «Trilogía de la depresión» no es sólo la metanarrativa del que escribe esto, von Trier ilustra el sentir de Jack sobre la crueldad en el arte con una serie de clips de sus películas. No se trata de hacer en la ficción lo que no se puede hacer en la realidad porque no existe la frontera entre la ficción y la realidad, el impacto es real.

Regresando a hacer justicia a este film, hay una búsqueda constante de llegar de la manera más agresiva posible al espectador. Esto no está basado en la cantidad de sangre o contenido escatológico mostrado. Siempre se trata de una creación y el golpe al espectador no esta basado en un niño muerto al que se le hace sonreír sino en el peso significativo de la caza de una familia, el proceder meticuloso, el día de campo con niños muertos y la frialdad al disecar a un niño. Sin embargo, esta profundidad en el significado es sólo un apéndice de la elaboración del personaje. En el segundo incidente destaca el TOC que sujeta a Jack o por lo cual es casi atrapado por la policía; y el cuerpo medio destrozado de la viuda al ser arrastrado por la carretera es sólo una consecuencia de ello, horrible pero un apéndice. El regreso a la infancia de Jack nos muestra «los Campos Elíseos», la persecución en las cañas y una mutilación animal como la cereza en el pastel que da dirección al personaje psicópata desde aquellos tiempos.

Tras lo anterior, se considera que el montaje de von Trier ciertamente tiene una historia, aunque en la intención consciente subyace una estructura demostrativa. Von Trier no sólo muestra a Jack, sino que lo demuestra y este es sólo un mensajero del arte como una experiencia vital, y no hay nada que se relacione más con la vida como aquello que hace sentir más, como aquello que hace sufrir.

El epílogo es nombrado «katabasis». Esta es una palabra en griego antiguo para descenso y se relaciona con bajar al infierno. Desde la mitad de la película Verge le dice a Jack que no le ha tocado conducir a alguien como él. Es entonces que se sugiere que Verge y Virgilio se parecen mucho. De esta manera, el epílogo el el descenso al infierno, un infierno medieval, un infierno dantesco. Von Trier usa el sonido durante toda la película para golpear al espectador de distintas formas. Sin embargo, el zumbido del infierno (gritos de las almas en pena) parece ser el elemento acústico más potente de todos. A pesar de que Verge le comunica a Jack que su lugar es en un círculo arriba de la caída de en el averno, Jack decide trepar para sortear el puente roto que lleva fuera del infierno. Cae.

En algunos medios se ha leído que este es el Lars Von Trier más obscuro. Sin embargo, esto es cierto solamente si se toma este trabajo como una película sobre asesinatos y se ignora la metanarrativa con sus otros trabajos y la búsqueda del arte en la vía dionisíaca.

Platónica

Parecería injusto decir que todo fue culpa de Andrea. La cuestión es que tenía muchísimo tiempo sin verla. Todos cambiamos todo el tiempo y ella no sería la excepción, la encontré menos delgada que después de enferma, pero también con otro modo de hablar como soltando las palabras desde sus 15 años, aunque ella ya ande por el segundo piso. Sabes que es de esas personas con las que no importa mucho el lugar para estar bien y tener una buena charla, aunque a ella le comenzó a importar con el tiempo. Hablamos todo el día sobre amores, amigos y recuerdos que conocíamos del otro. También se tuvo que hacer mención a los temas peliagudos, que ella supo sortear impersonalmente con una habilidad que no le había visto en el pasado.
Ya en los tacos, se sentó una pareja frente a nosotros. El chico comenzó a quejarse de su vida mientras la chica, visiblemente aburrida de la situación, trataba de reconfortarlo. Pero él seguía en una especie de berrinche de niño grande, gritaba improperios al mismo tiempo que la voz se le quebraba para decir, con voz un poco más baja “mi vida es una mierda”. Entonces Andrea tenía que voltearse, como viendo el reloj, para disimular la sonrisa que le provocaba el comportamiento de nuestro compañero comensal. Ahora sé que esa fue la primera pista, el punto en el que las cosas comenzarían a dividirse sin que me diera cuenta, porque así pasan los grandes fenómenos del universo.
Ya fuera de los tacos, tuve que echarme a reír mientras ella lo hacía también. Me recordó la vez que había hecho berrinche en el cumpleaños de Gatomalo porque una amiga me hizo sentir mal con un comentario de Irene, aconsejándome que la olvidara porque ella jamás me querría. Yo seguí intentando para la risa que no precisamente se había desatado por el chico que odiaba su vida, sino porque Andrea estuvo a punto de meter a un invidente al congelador de los refrescos. El hombre había entrado a pedir dinero, cantando,  mientras agitaba un vasito en el que conservaba algunas monedas y después no podía encontrar el camino de salida en el pequeño local casi circular. Justamente cuando se acercaba a tientas al congelador le dio a Andrea por abrir la puerta y el hombre dio con la rodilla en los embuditos que guardaban en la parte baja y una mano en una coca de vidrio. Tuvo mucha suerte de no haber intentado salir por el lado del trompo al pastor.
Cuando llegamos a avenida Universidad recordé lo que me había dicho. Entonces me di cuenta de que yo no podía recordar eso. Festejamos un par de veces el cumpleaños de Gatomalo. La primera vez no estaba Andrea y cerraron el local un par de meses después, a pesar de que era el lugar con más ambiente en San Ángel. La segunda vez las alcancé para ir a comer en una fiesta a la que sólo Andrea había sido invitada. Legué medio ebrio y después de comerme como 15 tostadas en la casa de la chica que quería con ella y la invitó, nos fuimos a la Condesa para llegar temprano al karaoke que cerró como un año después. Yo me fui esa vez en un taxi que me cobró demasiado barato cuando todos ya se habían ido. En el karaoke se me bajó la peda de cerveza y me puse una con whisky, de tal manera que el taxista pensó que iba súper cansado aunque en realidad me estaba durmiendo de borracho.  
La segunda pista la tuve con Gatomalo. Fuimos a la cineteca y tuvimos que esperar al horario de la gente no tan normal que necesita un Woody Allen en la fila para dejar de mamar lo mucho que saben sobre la obra de Kubrick o Buñuel; porque la película que ella quería ver pasaba hasta la noche. Por ello aprovechamos el tiempo hablando de las mil cosas que podemos hablar juntos. Ella hacía mención de Kerouac como un niño asombrado y enojado que se había enamorado de un completo cabrón. Entonces me recordó la vez que había viajado a otro estado de la república para estar en una fiesta con Irene.
Fue cuando tuve que hacer recuento de los daños. Gatomalo me confirmó que había salido cabizbajo y sin despedirme de nadie aquel día de su cumpleaños en la Condesa. Yo le respondí que no podía ser, la única Irene que conocía estaba al otro lado del mundo estudiando un chingo para ser una científica famosa y no me hablaba hace mucho, a pesar de que había soñado con ella y le había enviado mensaje; como me enseñó mi abuelita. Gatomalo pensó que era una broma: “¡Ya pendejo!”, fueron las dulces palabras que me encomiaron a dejar de chingarla con mi sarcasmo. Pero no era así.
Con decirte que ni me acuerdo de lo que trató la película. Sólo sé que después de la misma, sin hablar demasiado, le dije a Gatomalo que necesitaba llegar en chinga a mi casa y nos dirigimos al metro. Me despedí de ella en el trasbordo de Zapata y llegué a mi casa casi sin saludar ni cenar para revisar mis redes sociales. Al principio no encontré nada inusual por lo cual proseguí a dormir esperando que sólo fuera un malentendido en el próximo día. Pero en los 5 minutos en que se piensan pendejadas justo antes de dormir me di cuenta de que había revisado mis publicaciones (que nunca han sido demasiadas) de los últimos 5 años, así como las fotos y vídeos que aparecen en todas mis redes. También revisé todos los seguidores, seguidos y amigos añadidos a cada una de las redes. Lo que se me olvidó revisar fueron las personas a las que tenía bloqueadas. Me levanté de repente y tomé el celular que no había quedado bien conectado para cargarse durante la noche, al lado de la cama obvio. Había bloqueado a una tal Irene Luna hace varios años. A pesar de que habilité el perfil para poder verlo, el mismo se había dado de baja y no volvió a aparecer.
Fue entonces que vine contigo porque sólo somos conocidos y me dijiste que conmigo no aplicaba que no me pudieras dar ayuda psicológica. He pensado que quizás podría tratarse de un trauma reprimido, algo que tiene que ver con una amnesia a partir de una emoción muy fuerte o algo por el estilo.
¿Qué si he tenido más pistas? Pues sí. Después de los incidentes no he visto de nuevo a Andrea hasta ayer, pero eso luego te lo cuento,  ya te dije que le da por desaparecer de formas diversas. Con Gatomalo he intentado abordar el tema, como quien dice, por la tangente. Comienzo a hablar sobre los años en los que se supone que de alguna manera estaba esta misteriosa Irene en mi vida y hago que recuerde. A partir de ello he obtenido más información y anécdotas en las cuales yo estuve profundamente enamorado de aquella mujer o chica, o personaje de la mitología. Pero frente a estas anécdotas, como la vez que cruzamos un bosque de la mano como parte de un reto, no podía recordar ni una pestaña de la susodicha. También me he percatado de que Gatomalo habla de ella como habla de una prima muerta o alguien que no va a regresar. No me he atrevido a preguntar directamente porque se supone que yo sé lo que ocurrió y en donde está.
Tengo que decirte que me parece muy cansado esto de repetir en cada sesión lo que ha ocurrido desde el principio. Sé que ustedes, dependiendo de cómo se acomoden, tienen diferentes formas de hacer superar los traumas a las personas, pero creo que esto ya no está funcionando. Después de los 6 meses de sesiones creo que tú ya también te deberías de haber cansado de la misma historia. Que si los tacos y el ciego, que si la Cineteca. Está claro que no somos máquinas y tiene ciertas variantes cada vez. Algún día vi que también a partir del hipnotismo podían conectar a las personas con el inconsciente y   entonces le salían las verdades a uno más fácil. No sé si estés familiarizada con este tipo de prácticas, supongo que a todos les enseñan en la facultad después de Brujería III.
Bueno. Lo que viene después ya lo sabes. Medio recordé que en la facultad fui una persona más o menos conflictiva y me di cuenta de que quizás mucho tuviera que ver con la cuestión de mi olvido. El punto es que sólo tenía tres personas a las cuales preguntar y se iban a tomar la amnesia selectiva como otra de las tantas chingaderas que me había inventado para conseguir algo.
De hecho así sucedió. Después de que, muy seriamente, le expuse mi situación a Gatomalo me mandó a la chingada: “Ya estoy hasta la madre de estas cosas. Tienes que aprender a pedir las cosas como las demás personas, sin que tengamos que acceder a fuerzas para qe no te vayas a morir de gonorrea o te metan al loquero.” Entonces me di cuenta de que tenía que tomar al toro por los cuernos; tú me entiendes estas frases de viejito.
Busqué a mis antiguos compañeros y tuve que sostener pláticas que me parecían interminables en un café o bar, sonriendo de manera boba para encontrar algún indicio de la misteriosa Irene que yo no recordaba. Obtuve más anécdotas como a mí mismo rompiendo botellas en la salida del antro porque me acordaba de que nunca me quiso. También una imagen muy general de la cual pude abstraer que no era la más popular, ni la más guapa, ni la más simpática, ni la más inteligente, ni la más cuerda. Sin embargo yo estaba enamorado de ella. Quizás sea por esto: “ni la más cuerda”. Tengo que admitir que siempre he tenido cierta fascinación por la gente intensa.
Bueno, para no hacerte el cuento largo. Creo que esto no está funcionando, ya estoy hasta la madre y estoy quedando como un pendejo. Me enteré de que ya soy parte de las pláticas cuando se juntan a chismosear sobre lo que ha pasado con todos los compañeritos de la facultad. Más allá de los  tempranos matrimonios, los embarazos no deseados justo después de titularse, y los novios que regresan como tanta gente fuera de sus cabales, yo me he convertido en tema de conversación. Para acabarla de amolar, ayer llegué al departamento y encontré a Armando, Gatomalo y Andrea. Se juntaron para hacerme una pinche intervención porque una cosa es que uno consuma drogas y otra es que las drogas lo consuman a uno. Por ello he tomado la firme decisión de que me voy a ir a la chingada a encontrar a la tal Irene.
Te pido que no me digas nada, haz sido la mejor terapeuta/psicóloga/hierbera/chica buena onda que pude tener para contarle mis problemas. Ni quiero que creas que estoy huyendo de otras cosas como lo cientos de trabajos en los que no he prosperado, ni la titulación que se ha postergado hasta el infinito. Mucho menos quiero que creas que se trata de mi problema con mi familia y el resto del mundo, sobre todo la misantropía que tanto me achacan. No quiero que te quedes con la imagen de un escritorcillo fracasado.
Quiero irme lejos con el peligro de que me secuestren y me saquen lo riñones para vendérselos a un millonario de 80 años. Pero mi secreto es que ya ninguno de mis órganos es vendible. Ir para el sur y que la policía de la frontera me extorsione o algo. Nada más quiero que sepas de que se trata de un proceder profundamente meditado. Quizás si te cuento las últimas noticias sobre mi condición puedas comprenderlo.
Después de la pinche intervención pensé que quizás encontraría algún indicio en el cajón de las cartitas que tengo desde la secundaria. Ahora quiero que pongas mucha atención porque la asociación es como de novela de Umberto Eco, así de mamona. Abrí una carta y recordé a la primera niña con la que tuve sexo. En ese momento  tuve una especie de imagen que viene de repente, nada orgásmico o cosas por el estilo. No era sólo Johana, sino otra persona a la que estaba recordando, o recreando. Entonces leí todas las benditas cartas hasta las 2 de la madrugada. Cuando uno no duerme mucho comienza a desvariar, pero yo estaba seguro de que por fin tenía recuerdos de Irene, la Irene de la que todos me habían hablado. Irene tenía la dulzura de Johana, las formas de Ana, el temple de Beatriz, la locura de Diana, la simpleza de Alejandra, la sensualidad de otra Alejandra (es un nombre común). La fuerza de Daniela, la forma sublime de hacerme piojito de Itzel, los ojos de Fernanda, los labios de Isabel y el cuerpo de Camila. Esto no se trata de las advocaciones de la virgen en el rosario o los nombres de Dios haciendo combinaciones con la Torá, por más que así parezca.

La tecnología se puede definir como formas de hacer, mismas que se habilitan a partir de herramientas diversas. Guardar nuestros datos en los grandes servidores de compañías no sirve solamente para lucrar con nuestra información personal. Da la casualidad que desde cualquier computadora en la que entre con mi perfil del buscador puedo (por supuesto) ver mi historial de búsqueda, y también obtener la información de caché guardada en el tiempo. Es a partir de ello que cuando pulsé la letra “B” en el buscador me apareció como una de las posibles direcciones a seleccionar mi blog personal. Ahora no tengo idea de cómo hacerle pero a algún lado tendré que ir para averiguar la manera en la que toda mi generación pueda tener memoria de un personaje del que yo escribí que me enamoraba. 






























«Madona», Edvard Munch. 

Dopamina

…y cuando la vida nos muera yo regresaré a tus ojos cansados de esperar. Tendré que recordar el sueño que alguna vez tuve, aquel de abrazar y escribir en las noches, en la playa tibia de la sombra helada del mar.

Pensando en morir por el miedo a la vida, misma que tenemos que abordar con antes estar ahí. Cuando te das cuenta ya eres parte de ello y te sientas a la orilla de tu mirada horrorizado del futuro que tanto anhelas. Al final, lo feo es la incertidumbre: aquella caída del alma que todo se lo lleva y nos arrastra desde las pestañas hasta las ganas de vivir. Es así que termino en el pozo más obscuro de la desolación mientras afuera las mariposas sonríen con sus alas al sol.

Rosario lo caracterizaba desde la muerte que damos a aquello que amamos. Para mí se trata de la ausencia primigenia. El vacío es el mismo, ya sea desde una cama pobre de cuarto viejo, llorando tras el enrejado del jardín de niños o en una noche como esta, tan llena del vacío mortal de vivir.

…y cuando regrese a tu mirada nos llevaremos de la mano por una noche blanca y llena de nosotros. Entonces hablaremos el universo en los gestos que sin los mismos no sabes describir. Como se debe, a pie, regresaremos a la ciudad de la furia bajo el viento de Océano. A lo lejos el canto de Alfonsina, acallada por los pasos alegres de Juana sobre la lluvia, de la mano de su muerto enamorado. Las señoras de Palermo nos verán desde sus antiquísimas ventanas y por fin se marchitará la flor (de La Recoleta) al alba.

Porque no sé pensar sin hablarte. Sin soñar que nuestra vida fue un sueño, de aquellos que se hacen realidad en los sueños, mientras, sabemos que se está soñando y que tenemos que despertar. Pero, quizás conservemos la flor azul al regresar de aquello y podamos abrazarla con el recuerdo tan fuerte que se marchitará en el olvido muy lentamente.

Todavía te recuerdo en los cielos astillados de estrellas de Alejandra. Y se revientan los ojos de tanta alegría, tus manos se pueblan de sonrisas que me acarician los pies serenos sin cesar.

Es el rayo que no cesa sobre nuestras cabezas pobladas de futuro. Mientras cuento tu nombre al alba y ella me pide que no deje de narrar sobre nuestras ciudades hechas de abrazos, al otro lado de los puentes del mirar.

Tendré para ti preparado un pastelito y tomaremos juntos la playa en bicicleta, más allá de la amiga de Silvina momificada por las olas, hasta la música de flauta sobre las canas de Gabriela. Ella nos mostrará la Tierra, misma que aún llora al recibir niños muertos.

Aquel día mi pecho será un ave al canto de tu presencia. Y volará alto y fuerte hasta llevarle el mensaje a Dios de que no está muerto; que no se preocupe por nosotros porque las más veces encontramos la dicha, sólo que aprendimos a olvidar.

…y cuando la vida nos muera quiero verte linda en el borde de mi pensamiento, esperando a dar la vuelta a la noche callada de nuestra mano en la soledad. Yo le cantaré tu nombre a las estrellas somnolientas, y a mi abuelo muerto que te extraña sin cesar. Sólo tienes que esperarme a cuando vuelva.




















































Cuestiones laborales

“Los días de tu vida no están marcados en el calendario. Aparecen de pronto como la lluvia en primavera (cuando existía la primavera) y se quedan marcados para siempre. Por eso no creo que todo vaya a ir bien el día que coincide con mi nacimiento hace varias décadas. Por eso no voy a tener una nueva vida después de atragantarme de uvas y usar ropa interior poco común; por lo menos para mí. El día menos pensado, en la hora más común, te vas a topar de frente con un extraño, sin saber que cambiará tu vida para siempre, sin poder vislumbrar que será una estrella fugaz para recordar en tus noches más obscuras…”
Dejé la computadora al  lado y dirigí mi mirada hacia aquella mujer. Desde el balcón del palacio se observaba su cabello blanco grasoso y podría afirmar que el olor llegaba hasta mi nariz aguda. Seguía tirada sobre la banqueta pidiendo dinero para su hijo enfermo. “Yo había aprendido el discurso desde hace tiempo: cada día le costaba la medicina 500 pesos; se le habían inflamado demasiado los pulmones; ya sé que no es la manera pero no tengo otra forma de pedirlo”. A media tarde se levantaba y llegaba hasta sus amigos en República de Cuba y caminaban, mientras las personas de bien los esquivaban, más al norte para comprar alcohol y un poco de comida. Al menos eso fue lo que me dijo Alma después de quejarse del sol, las personas y la ciudad.
Yo conocía a Alma desde hace poco tiempo. El entusiasmo me había llevado a firmar un contrato laboral poco favorable y tenía días sin salir de aquella oficina en el palacio. Los edificios que habían servido de guarida a la incipiente aristocracia de la Nueva España terminaron como jaulas de empleados gubernamentales y algún despistado como yo. En el tiempo libre comía, iba al baño, dormía y escribía un diario con mis reflexiones diarias como herramienta para no perder la noción del tiempo. Cada día despertaba con la certeza de que faltaba menos tiempo y, desde la primera semana, hablar con Alma se convirtió en un aliciente más para cumplir mi estadía.  No era una chica demasiado agraciada: su nariz se iba ensanchando poco a poco  hacia la punta y su cinturón desgastado detenía la grasa abdominal que asomaba y ella intentaba ocultar. Tampoco era muy risueña, pero cuando sonreía me hacía recordar cuánto la añoraba cada mañana y a su tierna voz: sus ojos brillaban como para destrozar la noche y me llamaba con todas las palabras de cariño existentes.
También veía por la ventana el callejón y los pedazos de calles sumamente transitadas todo el tiempo. Desde ahí observaba a la mujer que pedía dinero para su hijo y completaba mis observaciones con la información que Alma me traía de las calles. Desde ese lugar escuchaba el mundo (pues mi habitación estaba completamente sellada al ruido exterior)  y su constante vida: los autos, el organillero, las voces lejanas, los niños de vecindad jugando en los callejones, las aves que llegan hasta los balcones para recoger desperdicios de comida…
Fue el día de mi santo que todo comenzó a ir mal. La mujer se levantó a la hora habitual mientras la observaba desde el palacio con una taza de té entre las manos. Pero no atravesó el callejón como de costumbre: se detuvo justo debajo de la ventana desde la cual la veía y me observó hasta que no pude más y tuve encerrarme de nuevo a trabajar. Cuando llegó Alma le platiqué sobre lo ocurrido pero ella no me creyó, pues no había visto a nadie observando a la ventana. “Se pudo haber ido cuando cerré la ventana”, pero ella sólo sonrió de una forma bella y estúpida que me irritó demasiado. Encontré olvido a las turbaciones del día en el trabajo, hasta que regresé a abrir la ventana y vi a la mujer desarrapada un poco más cerca, observando fijamente mis movimientos. Entonces tuve la infantil idea de asustarla: “siempre he sido malísimo con la puntería, lo que más va a pesar es que se va a romper la taza”. Pero no sucedió así. La taza blanca dio de lleno en la cabeza de la venerable vagabunda y se desplomó en un instante, fulminada. Yo no podía salir y toda la evidencia estaba ahí fuera. “Cuando llegue Alma le puedo decir que me tiene que ayudar, que todo fue un accidente y que sólo hay que llamar a una ambulancia o algo”. Creo que en este punto no necesitas que aclare que estaba totalmente incomunicado. Para el trabajo en el que me desempeñaba era necesario que fuera de ese modo. Letras en los contratos que uno nunca alcanza a leer cuando lo que ofrecen son cifras que nunca pensaste contar en tu vida. Hice lo que había hecho tantas veces en la vida, dejar que las cosas pasen e ir a dormir.
Sorpresivamente Alma no me dijo nada. Tampoco actúo de una manera anormal cuando le dije lo que había ocurrido. “Son cosas que pasan”,  me dijo ofreciendo su sonrisa bella y estúpida. Yo le devolví la sonrisa justificando que lo hecho no estuvo mal. Pero ya no pude dormir. El trabajo estaba funcionando de maravilla y en pocas semanas estaría de vuelta en la realidad. Pero cada vez que intentaba cerrar los ojos (aún con la ventana cerrada) escuchaba el discurso lastimero de la mujer que creía sólo descalabrada. Comencé a pensar que en verdad tenía un hijo enfermo, que le había hecho mal al grado de tener sobre mi conciencia a dos almas, que tenía que reparar el daño.
Al día siguiente Alma me trajo comida especialmente deliciosa. Yo estuve todo el tiempo intentando obtener información sobre el paradero de la mujer pero ella sólo respondía que todo estaba bien, “los encargados ya se han ocupado de eso, no vale la pena que te mortifiques tanto”. Después intenté regresar a la normalidad con una broma que siempre me había resultado, pero sólo obtuve la sonrisa de vuelta y pensé que esta mujer no podía actuar de otra forma. Escuché la voz de la vagabunda pero pude dormir. Soñé con mi última mujer: ella llegaba desde un extremo obscuro de la habitación en lencería. De un momento a otro estaba sobre mí y el balanceo de sus caderas era mucho más acompasado, las pupilas estaban dilatadas, los pechos se movían firmes, siendo acariciados por su terso cabello. En una obscuridad cálida se convirtió en decenas de mujeres y yo me encontraba bajo el influjo de todas aquellas bocas besándome, caderas que se balanceaban como nunca antes lo habían hecho, las manos más suaves que haya conocido jamás.
No me atreví a contarle a Alma que necesitaba una limpieza extra de mis sábanas, las cuales se cambiaban cada semana, pues habían quedado severamente manchadas. En lugar de ello comencé a ver las curvas de su cuerpo, el sueño me había despertado los bajos instintos y no pensaba (racionalmente) demasiado. Sin darme cuenta, me vi más cerca de lo que jamás había estado de Alma. Ella me observaba desde su pequeñez con una sonrisa impávida en el rostro, yo iba contestando a las preguntas que hacía con una respiración cada vez más acelerada. No pude tocarla.
Cuando Alma salió de la habitación me precipité hacia la ventana. “Sólo es un piso. Si caigo de pie e intento rodar al momento puede que no me lastime un tobillo o me rompa la pierna. Siempre va a ser más peligroso caer de otra forma”. Salté desde la ventana y recordaba, como si fuera el único recuerdo que tuviera de mi vida, como mi mano había atravesado el cuerpo de Alma mientras intentaba alcanzar su trasero. Caí de lado y me rompí el brazo. Corrí durante horas por las calles vacías. Era como si el tiempo se hubiera detenido unos minutos antes del crepúsculo, aunque yo estaba seguro que llevaba horas corriendo, caminando, arrastrándome de cualquier forma.

Seguro que me espanté, pero ya no podía reaccionar de ninguna forma. Yo estaba tirado en la acera, esperando al último auto o persona en el mundo. Una voz chillona me habló desde mi espalda: “se llama incumplimiento de contrato hijo”. Después me regresó una taza blanca con té muy caliente intacta y pidió dinero junto a mí.  

Raoul Haussman, «El espíritu de nuestra era».

We Can Be Heroes

Aún con las manos húmedas de sangre, me senté frente a la hoja en blanco. Creo que no es necesario aclarar que la hoja en blanco, en estos días, está dentro de una pantalla y que las emociones viajan de la misma manera. Estuve mucho tiempo, al día de hoy ya no lo sé contar en este calor que abrasa a todas horas, en esta atmósfera que asfixia y llena de obscuridad mi interior.
Todo comenzó una de aquellas tardes en las que la vista se dificulta. En el horizonte convirtiéndose en la noche que después nos cubriría. Yo sospechaba que ya no podía confiar en ella, por eso tuve que seguirla y ocultarme entre los cuerpos de esta ciudad bendita. Ella se deslizaba como si caminara sobre el viento y no sobre el sucio asfalto, sobre las hojas podridas debajo de sus tacones. Caminaba deprisa y con decisión, como lo hacemos cuando hemos recorrido muchas veces el mismo camino y tenemos la intención de llegar en el menor tiempo posible. Estuvo sentada sólo algunos minutos mientras yo observaba desde una banca diagonal al vidrio de la cafetería que la protegía del mundo exterior. Hasta que llegó él.
Yo conocía a Carlos desde hace mucho tiempo, se podría decir que desde toda mi vida. Nos peleamos y regresamos a ser amigos más de una vez, nos tomamos las manos cuando nadie nos veía como símbolo de una hermandad que nunca terminaría. Al principio no estaba molesto, pensaba en Carmen y su rostro viendo desde abajo, observando como si no comprendiera la realidad, para decirnos que estábamos equivocados y  que no hiciéramos estupideces. Carmen terminó con Carlos, ya sería el proceder natural de las cosas; el que, alguna vez, hubieran dejado de estar juntos sería como soltar un objeto y que no se detuviera contra el suelo. Por eso yo no tenía derecho de seguir a Carmen. Hace tiempo que no nos veíamos y no podía comprender, del todo, qué me estaba ocurriendo en aquella banca, desde la cual los observaba discutir. Discutir y llorar en el ocaso que amenazaba con terminar en una fría noche.
Te miento. Vi a Carmen hace unos días. Hablamos como siempre lo habíamos hecho: yo hacía bromas y ella las recibía con sonrisas encantadoras, y la risa que se iba apagando poco a poco con su argentina sonoridad. Después comenzaron las confesiones, el tiempo que había pasado sin empleo, cuando me trataban en el psiquiátrico y mi pronta recuperación ya que mi estancia en la casa de la risa era sólo un artificio para no estar en aquella guerra. Ella decía que la vida no siempre es como uno la planea. No se quejaba, aunque siempre tenía la presión de los hijos que nunca tuvieron, la presión de una pareja normal que forma una familia para la posteridad. “Es extraño, nunca he conocido una pareja como la de ustedes. Prácticamente, están juntos desde los 14 años. Es todo un récord”.
No puedo decir que no tuviera miedo: Carlos era importante desde hace tiempo en la estructura del partido. Había llegado con gritos sobre la música demasiado fuerte en los tugurios de buena muerte, con promesas a los compadres de nunca y a los de siempre, con boletos para las finales de fútbol y demás. Se trataba de uno de esos personajes que uno ve difícilmente en los medios, pero siempre están ahí, detrás del gobernador electo, al lado del señordiputado, tomándose una foto con la “artista” de momento.
Pero, en realidad no nos veíamos. Me refiero a que ambos esquivamos miradas toda la tarde, hasta que me dijo que Carlos la esperaba y una serie de excusas debidamente practicadas. Por eso la seguí después de que salió de la casa. Todas las tardes que cruzó la pueerta lloraba y yo tomaba su mano hasta el sofá en el que cada vez maldecía de forma diferente. Le recordaba que no se trataba de una novela en la que pudiera tomar veneno a puñados al final, pero ella seguía llorando por los hijos muertos debajo de la carrera de exitosa publicista; lloraba con empeño al recordar todas las veces en las que decidió no pensar, no ver cuando Carlos no llegaba después de una semana y todas las señales que son inevitables para una mujer. Yo le recordaba que la había conocido antes de que él la conociera; en un juego de niños la había perseguido hasta el portal en el que la había amenazado con mis caricias y ella había hecho caso omiso de la amenaza con su tierna malicia.
De nuevo discutían, como la habían hecho en tanto lugares públicos desde hace tanto tiempo. Yo permanecí en la extraña persecución con la certeza de que ella sabía sobre mi presencia a sus espaladas, después de que tiró todo lo que estaba sobre su mesa de café y salió mentando madres del local. En una esquina me esperó y tomó mi mano. Me llevó hacia su hogar, con el acuerdo tácito de que nadie extraño llegaría en las próximas horas de que sólo seríamos ella y yo. Caminábamos bajo la noche iluminada de la ciudad, por las avenidas de grandes edificios y putas saliendo de la obscuridad; sobre las calles orinadas por los vagabundos que comenzaban a entrar en sus guaridas nocturnas, escuchando los sonidos incesantes de autos vivos, de accidentes protagonizados por desconocidos.
Llegamos al hogar: un departamento lujoso, con dos pisos y todas las comodidades. Alguna vez le había dicho a Carlos que tendría un cine de verdad en mi casa y él se dio a la tarea de cumplir mi sueño para él mismo, como en todo lo demás. Ella me tomó de la mano para conducirme dentro del departamento obscuro. Las luces de la ciudad se colaban por los ventanales como única iluminación. Yo sentía su mano pequeña como la vez en que teníamos 14 años y la besaba contra un portal abandonado. Entonces, aquella mano recorría mi espalda bajo la playera escolar, buscando algo que no lograba encontrar para volver otra vez sobre el mismo camino. Deslizándonos entre la obscuridad recorrimos el conocido camino hasta el sofá de siempre. Sus manos subían por mi rostro para alcanzar el cuello y el nacimiento de mi pelo, hundirse en su espesura y continuar su camino. Manos que recorrían el sinuoso camino desde los hombros hasta las puntas de mis dedos, para entrelazarse en un espasmo.
Pero algo estaba mal. Cada vez fue más opresiva la sensación de una presencia en la obscuridad. Sentía su mirada morbosa desde el pasillo hacia los dormitorios, desde la parte baja de la escalera, desde el comedor negro, en ese momento, para mis ojos. Las personas conocemos a los demás con la convivencia y el tiempo. Debido a ello no es difícil que alguien con buen oído pueda adivinar los pasos de sus padres o su cónyuge justo antes de cruzar la puerta y anunciar su llegada. De la misma manera, llegamos a conocer la respiración de las personas, a tal grado que el menor cambio en la misma puede ser una señal de alarma para los padres experimentados vigilando a un menor. Dicen, los que saben, que el llamado “sexto sentido” no es más que una extensión no siempre consciente del olfato. Por lo tanto supe que era Carlos el que observaba como penetraba a su mujer, desde las espesas sombras.
Lo demás fue casi automático. Carmen subió sobre mi cuerpo y comenzó en una serie de balanceos que la llevaron en pocos minutos hasta el clímax. Se vino sobre mí, tomó uno de sus finos tacones y se dirigió hacia la obscuridad que no alcanzaban las luces de la ciudad. Los golpes eran secos al principio y después se hicieron distintos, dando a entender que el tacón había llegado a machacar materia blanda. Ella regresó para tomarme de las manos y besarme de nuevo.
Así fue como, aún con las manos húmedas, me senté frente a la hoja en blanco. Mi misión es escribir el manifiesto del terrorista que asesinó a uno de los dirigentes del partido. Los héroes que necesitan las personas se crean con las manos humedecidas en sangre.

Sperman vol. 1  Joe Shuster.

Retrato

Hoy recuerdo tu rostro. El aire te cambiaba con el otoño y la mirada se te ponía como de noche estrellada con cada sonrisa. Tu cabello bailaba con el viento, como espejo del sol mandando señales a las nubes. Las facciones te fueron cambiando con el paso de los días. Tus pómulos ya eran oteros para observar el atardecer. Tu ceño se convirtió en un estigma de tu santa cólera y tus dos cejas parecían, en cada momento, a punto de volar. De pronto, tu boca fue la cueva primera desde la cual nacían todos los vientos (en la mar de direcciones) del mundo: palabras sobre las cuales te entendías con las flores, palabras tornasol. En un instante, se desató  la tempestad desde tus labios benditos.
Es lo que recuerdo de tu rostro. Sé que, con el tiempo, me iré olvidando de tus miradas como noches en las montañas y tus labios que guardaban el aliento de los campos. Estamos hechos para vivir, para seguir viviendo y olvidar justo cuando ya no lo necesitamos.

Un día intentaré recordar tu rostro y, con la frente contra la ventana, sólo podré observar la tempestad.  
For Mutz (1923). Otto Dix

Sputnik

Cuando llego a nuestra vista tú ya estás ahí. Te veo desde lejos, la silueta de tu cuerpo recortada por el cielo, el vuelo de tu cabello que revive con el viento. Entonces recuerdo la imposibilidad de esta experiencia. Sin embargo estás ahí, sentada al atardecer como tantas veces me esperaste sin la menor certeza de que iba a llegar. Y un día llegué para tomarte por los hombros y acercarme muy despacio al olor de tu cabello. Ese día decidí salir del miedo en el que había estado tanto tiempo y corrí no sé cuánto tiempo para alcanzar tu silueta al atardecer.
Te veo desde lejos sentada sobre el atardecer como un ánima al viento. Me acerco furtivamente, caminando siempre con dirección a tu espalda con la intención de que no me oigas. Tú siempre me esperabas con las esperanza oculta de que llegaría pronto y nos sorprendíamos como la primera vez. También, una tarde de tantas, me sorprendió tu llanto. Me hablabas de tu madre y de tus hermanos, esgrimías hábiles argumentos en contra de lo que te estaba ocurriendo y nos soñabas en un mundo propio de nosotros.
Te cubro los ojos y espero la respuesta de tu cuerpo. Te estremeces al contacto y comienzas a dudar, con la enorme certeza de que siempre iba a llegar. De pronto sonríes. Yo estoy a tus espaldas pero sé que sonríes un momento antes de decir mi nombre muy despacio. Sigo sin ceder, pensando que puedas dudar, pero te mantienes en la insistencia de que se trata de mi altura, el olor de mi cuerpo, el tacto de mis manos, las que tantas veces se han entrelazado con las tuyas. Como otra tarde me besas las manos y me siento al lado tuyo. También la otra tarde me hablaste de tus visitas con la mujer que te escuchaba hablar desde pequeña; que soñabas verte en el espejo mientras aquella imagen se convertía en tu madre, después en tu abuela. Ya nunca volvías a ser tú.
Te miro de cerca y nos tomamos con las palabras. Me tomas del brazo como tantas tardes y miramos las miríadas de casas pobres que viven bajo nuestros cuerpos. Se extienden por las superficies abruptas y, muy a lo lejos, están los edificios lujosos, erguidos,  sobre ellas. Edificios de aquel lugar en el que te tomé de la mano por primera vez. Teníamos sólo 14 años. Hoy ya estoy viejo y te observo como entonces. Te siento latir a mi lado mientras el viento nos besa las mejillas. Escuchamos el ir y venir de los autos a nuestras espaldas.
Somos sólo dos personas sentadas en la orilla de una barranca. Justo debajo de nosotros están las fábricas en las que han trabajado nuestros amigos y vecinos con la esperanza de llegar a otro fin de semana y olvidar. Nos han convertido expertos en el arte del olvido. Por eso he venido esta tarde, como tantas en las que me esperabas, a estar contigo sentado en la orilla de la barranca. La basura está al lado de nosotros. Botellas de refresco, bolsas y envolturas que siempre llegan, cada día más, a perecer sus días en la barranca. Y a nosotros no nos importa porque todas estas tardes hemos venido a escapar de nuestra vida. Hace 14 años escapabas de la tarde en la que llegaste a tu casa después de lo habitual y tu madre había tenido un mal día. Hace un poco menos de 14 años escapé de la tarde en la que llegué y no encontré a nadie al abrir la puerta. Por teléfono (desde entonces no puedo usarlo mucho tiempo) mis padres me hablaron de tiempos en los que es mejor que las personas se separen, antes que estar sufriendo, antes de amargarse la vida uno al otro.
Adentro mi mano en tu cabello y la voy deslizando en un ritmo que sólo ambos conocemos. Es una tarde como tantas en la que mi mano alcanza tu lóbulo derecho y lo acaricia con suavidad, baja por tu cuello, tu hombro y termina en tu cintura. Es posible que escuchemos algún chiflido detrás de nuestras espaldas como la tarde en la que nos encontraron tus hermanos. Yo no regresé del hospital en más de una semana, pero nunca les guardé rencor del todo, creo que yo hubiera hecho lo mismo. Entonces nos dejamos de ver por primera vez. Me dijiste que no podías seguir con esto, aunque no dependía de ti y comenzabas a llorar de nuevo. Hicimos miles de planes en las incontables tardes.
Mi mano en tu cintura ejerce una presión que va aumentando de a poco entonces te acerco a mi cuerpo. Pienso que podría estar así para siempre. Pero el “para siempre” no existe y termina pudriendo los momentos de la vida. Con el tiempo nos vamos descomponiendo y perdemos la percepción de lo que antes nos hacía gozar. Yo llegué a una edad en la que me dije a mí mismo que estaba demasiado ocupado para sentarme en una barranca a esperar el amor de mi vida. Después creí olvidarte. Hasta que un atardecer de otoño de nuevo me llamó una voz y me hablaba del paso del tiempo, la gente vive pero algún día tiene que morir; la vida se nos escurre entre las manos y ella era tan buena como la más santa de las santas; mis más sentidas condolencias, mi más sincero pésame. Fue otra tarde en la que la persona que no iba a detener su vida para esperarme (pero me había jurado amor eterno así) desapareció con la justificación de que siempre me iba a querer. Fueron tardes y noches en las que no sabía dónde estaba ni lo que pretendía hacer. Fueron mañanas muertas (como miles de flores marchitas) en las cuales me levantaba de la cama sin objetivo por realizar, sin pensamientos que no me llevaran a estar triste y destrozarme de nuevo como la noche anterior. Me impresionó tantas veces el sadismo de la gente, se ofrecían para destrozarme y les encantaba seguir; seguirme a mí sobre las vías del tren, bajo los puentes en los que dormíamos hasta la madrugada en la que un vendedor o un policía se esforzaba por rompernos la cabeza.
Te veo de cerca en un abrazo que quisiera que fuera eterno pero no puede ser. Me asombra verte después de tantos años. No se supone que aún estés viva. Dicen que te elevaste al cielo y de nuevo estoy aquí. 

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