Y cuando seamos viejos
Una disquisición sobre Eliza
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| «Antropoagia». Tarsila do Amaral. |
Mensajes
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| «Pubertad». Edvard Munch |
Empatía II
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| Viejo en el muladar. Francisco Goitia. |
Empatía
una vez me enseñaron que el tiempo es que las cosas se muevan o cambien: como ejemplo tenemos manecillas dentro de círculos benditos; como ejemplo tenemos dígitos que destrozan constantemente la calma. Los pies devoran el camino porque es necesario para llegar a ser. Humanos que desde pequeños no saben porqué se levantan cada mañana para emprender la carrera. Nos han explicado que la carrera es lo que nos da una existencia: por ejemplo, el futuro está en llegar a ese lugar que te va a convertir en alguien. Son nuestras esperanzas marchitas que han echado raíces profundas en el alma. Y nos dan vida.
Olor a flores benignas que viene con el viento del alba. Observo a lo lejos un bulto amorfo que se mueve en la orilla de la acera. Devoro el camino como todos los que me rodean, tengo que llegar a mi futuro que me va a permitir ser. Alimentado con sueños lánguidos corriendo en el recuerdo y castillos que nunca se llegarán a construir: ¿cómo sería si le dijera? ¿cómo cambiaría mi vida al dar aquel paso? ¿cómo hubiera sido? Pero el día aún no asciende.
El bulto se mueve en la orilla de la acera y me percato de que está formado por diferentes texturas: mucho de este bulto es cabello, pero también se puede distinguir algodón y algo de mezclilla en la parte baja. Es un bulto que gime y, conforme me voy acercando, toma la forma de una mujer.
Me parece un ser extraño. Las otras chicas corren y no se percatan de las faldas que suben empujadas por una mochila protectora de el salvajismo masculino. Son fantasmas divinos al alba que desaparecerán entre las tinieblas de los edificios que las tragan dentro de unos instantes, y lo desean. Desean ser alguien como sus amigos lo fueron antes que ellas. Desean no ser sus madres y sus abuelas en la inmovilidad de la mecedora o en la vida sin descanso con una cría entre los brazos. Quizás sus deseos se hagan realidad entre los codazos para entrar al tren en el que se nos va la vida, sólo de esperar. Quizás mueran frente a un espejo, pensando durante años que estaban observando un viejo daguerrotipo de las mujeres que las precedieron: de sus madres y sus abuelas.
Por eso ella no es una mujer; ella es la chica que huele a flores. Se inclina sobre sí misma y abraza sus piernas para entorpecer al tiempo. Se mueve diferente, es un bulto amorfo que se arrebuja y gotas de agua caen al piso, a pesar de que llovió ayer. La chica que huele a flores es una animal herido y oigo sus gemidos en el viento travieso. Los pies devoran a su lado y ella se ve más frágil, torpe y lenta. Dos personas se abrazan: una mujer toma todos los recuerdos contenidos en aquel rostro que no quiere cambiar. Será como cuando se empozan todas las añoranzas en el alma… yo no sé.
Por un momento dudo. Quizás como dudé de hablar con aquella persona, de nadar hasta el otro confín del mundo, de salir un día para volver a mi casa hasta que fuera digno, como dudo cada día el seguir durmiendo hasta lo que llamamos vida sea el verdadero sueño.
Pero no puedo. Al final, no vale la pena sentarme en la banqueta, tomar su cabello y, quizás, llorar con ella, por un futuro en el que por fin voy a ser alguien, en el que por fin voy a ser feliz como se nos hubo prometido. Sólo hay que hacer lo que tenemos que hacer y, quizás, el bulto amorfo sobreviva a otro día. El cielo aún dormita en su obscuridad.
Es cuestión de imaginar
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| Shakyamuni Buddha. Dinastía Qing. |
Antes de dormir
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| Joven durmiendo. Theodoor Van Loon |
La Sulamita
No sonará la tierra tras tu pasos, ni llorará el viento con el retumbar de tus palabras. Pero Pero un día he perdido el sueño persiguiéndote y me alcanzó el sueño para una vida más.
Mi mundo es una rueda onírica que no puedo romper dejando de desear. Por eso me deslizo bajo la sombra de las estrellas para encontrarte detrás del cereal ayudando a una vieja que te agradece con cariñosas manos. Te encuentro atrapando deseos en el bosque de asfalto; impulsando los electrones para hacerlos desaparecer y es verdad que nada acaba, que tus pasos destruyen como el verde a los rascacielos para que tus manos vuelvan a formarlos después.
Él no estaba muerto. Después de un par de días su hermano entró a una habitación caliente y húmeda con el miedo en los ojos que temblaban como agua estancada. «Llegó una noche después de un día de arduo trabajo y ha dormido hasta ahora», fue la explicación científica del hombre que había estudiado durante años el cuerpo humano para arrebatarnos de la muerte, pero no era su responsabilidad librarnos del sueño.
Aquella tarde su hermano volvió a tomar una cerveza después de 10 años de no hacerlo, pero no me sorprendió ver sus labios contra el tarro bien frío cuando llegué al lugar en el que me había citado. «Jamás pensé que un hombre como usted creyera en estas cosas», le dije abriendo mucho los ojos como si fuera la primera vez que me ocurría, aunque no era así.
Transfirió a su hermano a un hospital en que lo cuidaran mejor, en el que él pudiera estar todo el tiempo necesario dentro de la habitación que lo reconfortaba; aunque estuviera dormido, el respirar de su hermano le daba seguridad como en las noches en que mamá se iba justo después de la partida de papá.
Fueron incontables los bocetos que encontré en el pequeño desparramados hasta debajo de la cama. Me pareció que lo había dibujado desde todos los ángulos posibles y que si juntaba todas las hojas sobre el respirar rítmico podía trabajar con el papel mismo.
Después del primer día en que tomamos hasta latas horas de la noche no platicamos demasiado. Ya muy entrada la madrugada, minutos antes de que nos invitaran a salir, comenzó a hablar de pasados sin sentido y me mostró el boceto de una mujer, «mi mujer perfecta», decía besando el carbón sobre el papel y regresaba el tarro a los labios.
Pero todo comenzó la mañana en que por fin descubrí a la mujer (creo que me comienza a afectar trabajar con este hombre). Desperté con la caída del sol y nos miramos muy fijamente durante mucho tiempo, yo tenía la cara mojada porque tenía que acudir a una cita de un cliente de hace tiempo. Pasó de las sesiones de ocultismo a develar el monte que disfruta entre mis piernas y al día de hoy ya siento que lo quiero, pero es aes otra historia.
por eso fue que un día entré a a habitación en la que francisco se mantenía sentado como un estoico Sísifo y me observó hasta que terminé con su hermano. «No puedo seguir con esto», le dije y él no se inmutó Me tendió un billete y regresó a sus meditaciones. Yo le dije que no podía hacer mas, lo que había escrito era todo lo que se repetía una y otra vez en la mente de su hermano y las cosas no podían cambiar. Entonces se levantó frente a la ventana que ofrecía sólo la luz de la noche en la ciudad como única iluminación y me dijo:
-Lo sé todo. Ya sé que no va a despertar. Te pido que, por favor, te vayas lo más lejos posible, no sé como te hemos conocido, ni sé si se trata de una bendición o una maldición. No quiere despertar por estar contigo. La sulamita. Por eso pensé que podías devolverlo, pero lo único que tienes es este papel.
Después se acostó de tal forma que su boca casi tocaba el oído de su hermano, como un tarro deseado, y presionó el papel con más fuerza entre sus manos mientras recitaba lo que yo había escrito tantas semanas en el pasado:
«Quieres un cambio…»
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| Dream of the Shulamite. R.H. Ives Gammell |
Aburrido a dos tiempos
te aman los hombres que te escupen
porque a golpes de canto del cenzontle
dejan que tus empeños perseveren.
No juzgues nuestros grotescos pecados
sino el sudor de poetas que te escriben
en las piernas de putas cansadas al paso
y soñadores drogados que en tu pubis viven.
Vivimos sueños dentro de tus ojos
proyectados hacia el sucio ocaso.
Salir a las calles, por nada o el todo:
espectros tras, del sol, abrazos.
Bendita ciudad crece flores en el lodo
y la locura de mentes brillantes crece.
Nos dejas morir en el sitio y el modo
con la esperanza de que siempre amanece.
Muere el cierzo en tu mirar sordo
porque el tiempo ha descansado,
porque el sueño monta a la realidad
y cae de cuclillas sobre el Hado.
Muere el sol bajo tus párpados;
naranja que sonríe a 24 pasos,
rueda de la vida que no gira
cuando acarician el viento tus palabras.
Vieja luz primigenia de mi universo
detenida en seco al borde de tu sombra,
al borde de tu ser que me contiene
en la gravedad que es el principio de tu obra.
La luz se aquieta siendo luna de agua:
en el fuego de tu paso el espacio muere.
Tu presencia: saeta que al universo hiere,
en mi dulce penar que siempre acaba.
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| Casa sobre el puente. Diego Rivera |
Hay días…
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| Calle Loreto, Cuzco. Martín Chambi |









