Historia a destiempo

Érase una vez un hombre que poseía un libro. Érase una vez un libro de un sueño jamás recordado. Además de su ropa sucia y del alma enmarañada; era todo lo que poseía. El hombre viajaba porque no tenía hogar, el atardecer que había habitado había desaparecido. Por eso enraba en los caminos subterráneos, caminaba acariciando indiferencia a su paso, hasta que su tiempo terminó.
Todo comenzó una noche de viento taciturno, una mujer como la Alhambra tomaría las riendas de su vida, pero… ¿cómo ocurrió todo eso?
Alhambra se lamentaba, en un techo obscuro los sueños son más pesados y a ella le costaba soportarlos. Salió un buen día dejando detrás las puertas de Babilonia y no volvió la mirada por el miedo a terminar como sal de mesa.  Se perdería hasta el tiempo del hombre muerto, un hombre muerto que la tomaba por el cabello y a llevaba a rastras por el mundo. Ella lloraba y miraba hacia un cielo ceniciento que llovía en sus lágrimas, al ser penetrada sin piedad.
Por ello Zozo  (el joven que sólo poseía un libro) la rescató una buena noche, una noche como unos ojos del levante, en el que las estrellas eran pequeños dolores de melancolía. Zozo observó al hombre muerto y recordó cuando vivían en un atardecer perpetuo. Las primaveras no lloraban y las flores sonreían como mujeres en la pubertad. Pero lo más importante es que el hombre muerto estaba vivo y pertenecía al pequeño mundo de Zozo; era los abrazos como un viento fresco y ambos cuidaban de sus lagos de sonrisas[1]: tardes calurosas con cervezas y mujeres felinas y llenas de ternura. Nadie sabe porque todo ello terminó, sólo son momentos que la gente llama vida.
Vida es cuando una piedra desestabiliza una furgoneta que llevaba a niños y mujeres a rezar, vida es que caigan por una barranca, vida es que la caída azarosa toque en la cabeza a un niño de seis años creando contusiones mortales. La vida le enseñó a Zozo que un niño muerto puede matar a un hombre o, viéndolo desde otra perspectiva, un niño muerto puede dar a luz a un hombre muerto. Por eso es que Zozo extraño desde un pozo sin fondo al hombre vivo que no vendería a un mujer como a una bestia de divertimento, el mismo que nunca alargaría el suplicio ni cobraría para alargar la muerte.
La historia dice que el hombre poseía un libro fantástico, y es que se tienen registros de que no  todo fue indiferencia, en tiempos de gracia se dieron revelaciones, como el tiempo en el que Alhambra decidió tomar los caminos subterráneos. Perseguía a un buey hermoso con un joven a cuestas. “Ser que camina sobre el agua debe ser misericordioso”, pensaba tras el perfume de la princesa asiática. Nunca los alcanzaría y una mano amiga, hasta el momento del contacto lo supo, le recordó que en otro tiempo estuvo insatisfecha con su vida. Caminaba todos los días los mismos caminos, observaba las mismas almas cayéndose a pedazos por las miasmas del tedio, soñaba todas las noches el mismo sueño que olvidaba sin dejar de pensar que le daba mucho miedo. Porque vivir da mucho miedo. Nadie sabe cómo se rompió el maleficio, acariciaba la podredumbre de una ciudad mil veces maldecida por sus bellísimos labios y se encontró sin energías. Un día comenzó a sufrir, sin el viento de la desgracia[2], y después de llorar por fin sintió que vivía. Simplemente ya no podía volver.
Todo comenzó cuando se construyeron los caminos subterráneos[3]. Se prometió que nos iban a acercar con las personas amadas, pero las perdimos en la confusión de miles de príncipes y princesas en búsqueda, nos perdimos cuando creímos encontrar al amor en un saco de Pandora (hecho con piel y huesos) lleno aflicciones y odio que contenía la luz de las tierras altas. En el afán de encontrar a su otra mitad platónica las personas comenzaron a perder muchas buenas costumbres: después de un par de siglos apenas y se recordaban unas decenas de palabras, las necesarias para las transacciones más elementales desde las tierras altas e insultar cuando un niño muerto no era evacuado de las vías de tránsito a tiempo. Un joven con un libro es una ruptura que muchos se lamentarían, la búsqueda del amor iba a estar perdida desde entonces.
Todo ocurrió una noche de susurros violentos, las vías se habían obstruido más que en otras estaciones. Decir que era una noche es una aproximación, las estrellas no se habían leído desde hace muchos años y la espalda de las personas se había encorvado, ya nadie buscaba acariciar el cabello o cerrar muy lento el espacio entre dos cabezas. Alhambra llegó arrastrando años de dolor prendido de su ropa desgarrada y Zozo recordó su hogar de mañanas eternas con el olor a lavanda. Por eso le dio a leer el libro. Ella comenzó en silencio con un par de versos y al tercer canto se encontraba gritando sobre el oído del hombre muerto, al mismo tiempo él la vendía en su insensibilidad. A cada vociferación demandaba a Homero, cada grito le afirmaba: “Antes de ti no hubo nada”. Y ella humedecía el dedo índice[4].
Así fue como Zozo la ayudó a tomar las riendas de su vida. Alhambra comenzó vomitando sangre, la cual se convertiría en bilis negra. “Decidir nuestra muerte es la mayor libertad”, le gritaba Zozo al hombre muerto justo antes de que los empleados de los caminos subterráneos retirarán el cuerpo de Alhambra y lo colocaran al lado de un niño sin vida, se presume que podría ser el hijo de la princesa del Levante
 

Kulliyyat. ‘Abd al-Rahman Jami,1527


[1]Véase Efraín Huerta.
[2]Cfr. Gabriel García Márquez.
[3]Vid. Juan José Arreola.
[4]Confrontar. Umberto Eco.

160216

Hay días que me encierro y nadie me saca del exilio en mí mismo. Repito las palabras de la poeta: “lloro por las cosas pequeñas y por las cosas grandes” porque no hay unidades cuando todo se va confundiendo con sus opuestos, porque la vida es mejor de lo que esperaba.
Hay otros días que salgo y voy a la escuela en la madrugada sólo por vernos amaneciendo. Las estrellas bajan de nuevo como en el principio de los tiempos, para viajar con nosotros. Los dioses se nos acercan por la espalada y nos aconsejan cosas al tiempo que un viento travieso mueve a los árboles en un baile discreto. La vida se renueva.

Lo importante es que haya días. Aunque ya no sirva no me voy a ir,

Propuesta indecorosa

… y que juguemos a despertarnos en los días cenicientos,
desbaratando la melancolía con las pestañas
que besan tus mejillas: playas del radical principio.
Porque el hombre trepa en días como hidras
idénticas que sollozan en los oídos.
“Qué le vamos a ser si somos el patriarcado”.
…y juguemos a despeinarnos el alma con la sonrisa.
La sangre pesa en los sexos dispuestos
y cuatrocientas flores han adornado tu cuerpo.
Reina inmóvil de Salomón, despierta;
dama bendita, compañía de Dante, despierta;
sílfide con piernas al viento, reina por nosotros.
…y juguemos a matarnos lentamente de tanta vida:
la semilla se levanta tras la eternidad dormida
porque fluimos en el abrazo desierto.
Las pupilas se abren como frutas maduras.
No temas: ¡estamos tan solos en nosotros!
The Embrace. Eduardo Kingman

Cocinera

Las penas yacen bajo cáscaras de jengibre.
Ya el sol inunda su día,
Cuando el amor no cesa
Cuando las bendiciones se esparcen
Como cálidos ríos sobre almas.
Las especias se derraman
Y son imanes de memorias
Que rechinan detrás de la mirada
Que sorprenden como el pájaro
Que canta sus penas para el crepúsculo.
¡Canela mía no te vayas!
Te grito desde mis miedos,
Desde las noches mojadas
Con dulces lágrimas de la luna.
Pero el tiempo se aquieta
Y en mi alma rebozas como la flor
Que avergüenza a las estrellas
Con su indomable sonrisa;
Sobre el cénit te levantas
Y me cubres con tus palmas benditas:
Estrella de 400 colores,
Alma de mis atardeceres.
¡Sal de mi vida
No me abandones!

Dishes with Oysters, Fruit, and Wine. 

Reencuentro.

-Ya he dejado mucha vida detrás del tiempo en el que te vi por primera vez. Ahora sé que somos dos desconocidos que se han observado, como en un sueño, y por eso es que nos saludamos y somos capaces de brindarnos el protocolo necesario.
– Es cierto. Pero todavía podemos sentarnos y recuperar todo lo que se nos fue con la vida de cada uno.
-Las cosas no son tan sencillas. Recuerda el tiempo en el que me decías que si no me entendías por lo menos y lo intentabas, y las aves desesperadas de la ciudad cantaban con sus cuatrocientas voces, justo antes de que cayeran al césped y que tu gato las metiera al departamento.
-Siempre tienes que hacerlo. Quizás por eso confié en ti: no sabes hablar como la gente normal. Además sabes escuchar, aunque sea por algo tan egoísta.
-Pero sabes que te gusta recordar conmigo. Porque eran tardes en donde sólo tenías que preocuparte por tu tristeza y porque no pasara el  tiempo que te pemitía cumplir con promesas que uno hace irresponsablemente.
-Y tu novia me dijo más de una vez que me alejara de ti. Pero a mí no me importaba porque sabía que no me haría nada, ¡es increíble la cantidad de pendejadas que podemos decir cuando somos pubertos!
-No sólo entonces mi niña…
-Si
-Volví a sentir mi espalda, las plantas de mis pies, mi rostro y el cuerpo entero. Regresé desde mí poco a poco y sentí la falta que me hacías en la realidad que no es como quiero. Quizás es por eso que al salir de la casa no fui a donde tenía que ir, no me reuní con quien me tenía que reunir y el tiempo se me fue en instantes. Un niño sonriendo desde la espalda de su madre, el músico triunfando en el tren, los árboles somnolientos del otoño y la ciudad como un monstruo gentil por las mañanas. Caminaba por la acera observando la avenida rota por la lluvia nocturna, la misma lluvia que vieron los hombres primeros, y yo como esos estúpidos triunfadores busco el amparo del hogar y el seno cálido que consuela siempre en forma de mujer.
Ya no estaban las cortinas de nochebuenas desteñidas y el interfon seguía sin servir. Yo esperaba intentando conceder la magia a la realidad de que aparecieras sólo por mi espera, escuchar de nuevo tu voz chillona, observar el lodo en tus tenis siempre sucios y que rieras a carcajadas para todos las personas alrededor. Ya no estabas con tus vestidos como campos de tu tierra, ya no cantabas tangos muy antiguos en los que me decías que te quisiera y ya no bailabas imitando a una rubia que ganó millones de dólares enseñando su cuerpo.
Siempre me parecieron andadores demasiado pequeños, con sus paredes de diez pisos de altura a cada lado dándome claustrofobia, las tardes en que te buscaba. Primero fue sorprendente, y después aterrador, el grito de la chica corriendo hacia mí. Sus amigos dejaron el balón (eso no se hace habitualmente) y emprendieron la huida atropellándome en la estrechez del andador por el que intentaba salir de entre los edificios. En un par de segundo me vi huyendo como los chicos y mi prisa aumentó frente a las astillas que volaban al destrozarse el tronco más cercano. Entré en una tienda y de una manera más bien ridícula terminé de un salto detrás del aparador.
-¿Qué chingados?- Y una bala rasgó el cuello del tendero mientras yo me arrastraba hacía la puertcita que conectaba a la tienda con el departamento. Ya dentro sólo encontré una chica de no más de doce años en pijama que abrió los ojos increíblemente cuando me vio y derramó un tazón con cereal sobre el sofá que estaba justo detrás de ella, frente a la televisión encendida. Cuando me encerré en el baño me di cuenta de mi mal aspecto: tenía días sin bañarme y semanas sin afeitarme, además una bala había desgarrado la yugular del tendero para bañarme en gotitas de sangre por la espalda y la cabeza mientras yo estaba tirado temblando en el piso. Tú entenderás que no es cosa de todos los días salir a las autoflagelaciones con el pasado y que te comiencen a disparar en medio de las calles en que vivías.
-¿Qué pasó después?- Paola sonreía como una niña justo antes de que su padre cumpla la promesa de dormirla con el cuento leído en la cama cientos y cientos de veces.
-Sabes que no soporto la sangre. Cuando me vi lleno de gotitas de fluido ajeno en el cabello y la espalda me desmayé y de milagro no me rompí la cabeza con la taza o la bañera. Ya era de noche cuando salí a la sala en la que había encontrado a la niña. Creo que ya nunca más voy a poder desmayarme. Aún estaba la niña pero su pijama rosa había sido desgarrado a la mitad y el rostro, en el cual no había reparado al entrar, era una irreconocible masa sanguinolenta. También tenía signos del maltrato en todo el cuerpo, como si la hubieran estado golpeando por mucho tiempo con un objeto pesadísimo. Espero que no te extrañe que haya pensado que lo mejor fue que hubiera muerto tras los primeros golpes.
-Claro que no. Creo que tienes toda la razón- El rostro de Paola se comprimía en una mueca extraña que no era de felicidad, admiración o tristeza, sino que parecía mezclar todas.
-Bueno. Después decidí salir a la calle e intentar regresar a mi casa, por alguna razón siempre creemos que va a ser el lugar más seguro.
-Pobrecito…
-Quizás fue porque no quería ver más muertos, pero me decidí a salir por la puerta que da al edificio mismo y no a la tienda. Ya había escuchado algunos sonidos constantes que aumentaban pero no hice caso hasta que abrí la puerta y la tuve que cerrar en seguida. Un hombre alto completamente vestido de blanco había tomado a un pastor alemán y se divertía en golpearlo, afortunadamente él estaba de espaldas a la puerta cuando la abrí por un segundo. Los sonidos continuaban y unas ganas irresistibles me llevaron a arriesgarme y ver todo por la ventana. El perro estaba amarrado por el cuello con una cadena a una de las protecciones de las ventanas del departamento de enfrente y el hombre lo golpeaba en la cabeza con un tubo en la cabeza. Me llamó la atención que el perro ya no podía ladrar, lo golpeaba hasta que el pastor alemán estaba en el suelo y esperaba a que volviera a levantarse para golpearlo otra vez y regresarlo al suelo. A veces los intervalos para que el perro se volviera a levantar era de media hora o más pero el animal duró mucho tiempo antes de morir.
Cuando Luis me contestó no entendía muy bien su voz. Me dijo ya todo había ocurrido y que estaba desde la tarde en el techo más alto del edificio de su compañía. Se habían defendido durante varias horas y ahora mismo ya no se veían en los alrededores pero temían el regreso. En ese momento tuve que soltar el celular, el hombre de blanco ya estaba forzando la puerta. Yo no tuve la valentía para empujar en contra y evitar que pasara, en ese momento sólo pude pensar en ir al baño y ocultarme como antes había funcionado, podía pensar el hombre de blanco que era otro de los muertos de la casa al cual no había golpeado tanto. Pero nada ocurrió.
-¿Es aquí? ¿Este es el departamento en el que te has estado escondiendo?
-No. Por segunda vez intenté salir y entonces todo parecía que iba a ir mejor. Intenté escuchar pegando mi oreja a la puerta durante varios minutos y las cortinas se corrieron apenas un par de centímetros para asegurarme de que no estuviera nadie con la pálida luz del amanecer frío. Nunca había hecho tan poco ruido en mi vida para abrir una puerta, todo el mundo estaba callado en un silencio imposible mientras me iba acercando al portón por el que podría salir del edificio. Me paré petrificado cuando escuché a lo lejos una voz que se apagó al instante, regresaba el silencio de nuevo. Fue sólo un pequeño sonido, como cuando se patea muy quedito una lata, y el estruendo justo antes de que el portón (para salir del edificio) se encontrara en llamas. Fue una botella de vidrio con un pañuelo y llena de gasolina que se estrelló contra el portón desde fuera, yo regresé a la casa sin pensar que el fuego se podía extender.
Intentaba pensar sentado en el sofá, pisando cereal que había quedado sobre la alfombra y con el cuerpo de la niña a mis pies que pronto comenzaría a ser insoportable. Ya había pasado por  demasiado, sólo esperaba que el fuego no se hubiera extendido hasta la entrada de la tienda que se encontraba al lado del portón del edificio. La tienda estaba en penumbras y era más obscuro detrás de los estantes a través de los cuales me había arrastrado hace no sé cuánto tiempo. A pesar de mi cautela para no hacer ruido pisé algo y caí para que mi cara terminara de empaparse con la sangre del tendero, por lo menos por el lado derecho. Cuando ya estaba afuera pensé que a lo mejor me había tropezado con alguno de los dedos que le habían cortado y que encontré hasta la cortina del local que tuve que subir con todas mis fuerzas para abandonar aquel lugar.
Afuera me di cuenta de que habían incendiado todas las entradas a los edificios en un intento muy tonto por incendiar los edificios. Había sido su primera tarea de la mañana. Sobre los chicos que antes me habían atropellado sólo podía hacer suposiciones porque en los estrechos andadores no encontré cadáveres, sólo pedazos de cadáveres tirados por todos lados de la misma manera que puedes encontrar mierda en el lugar menos esperado en el pasto crecido.
-Me asustas cariño. Yo creo que necesitas descansar, mañana me puedes seguir contando.
-No, quiero terminar ahora. Aun así la mañana era bella. Era de esas mañanas muy frías y muy blancas desde el cielo que te invitan a un paseo con los árboles quedándose a tu lado o al abrazo de la persona amada. Cuando regresé desde este pensamiento me di cuenta de que ya iba trotando en el camino más corto a mi casa. De repente mis piernas dejaron de responder y temblaban sin que yo pudiera impedirlo, también mis manos y mi cabeza seguían temblando por más que me golpeara (en medida de lo posible) para que volvieran a responder, creo que hasta la entrepierna se manchó en mi pantalón. Pero no te he dicho, ellos estaban ahí en la avenida rota por la lluvia con decenas de autos abandonados. Eran hombres y mujeres de diferentes tamaños vestidos de blanco desde los pies hasta la cabeza destrozando cabezas, violando dorsos, y separando cadáveres sin prisa, como una labor diaria que ya se hace automáticamente. Ellos no voltearon a verme mientras caminaba por la acera, seguían empecinados en su labor y un hombre sin el traje blanco, el hombre más común que haya visto en mi vida, de vez en cuando les daba órdenes para seguir en la búsqueda de sobrevivientes o remplazar a alguno ya demasiado ensangrentado. Ya había dejado detrás la entrada de tu unidad habitacional…
-Esos ya no son mis lugares…
-… cuando hicieron estallar un auto. Las personas de blanco levantaron sus cabezas por unos instantes por observar el espectáculo y regresaron a sus actividades ya habituales de despellejar gatos vivos o lanzarse ojos de muertos, como un empleo infinito. Sólo en la mirada del hombre común que los “ordenaba” pude ver el brillo, en la mirada, de una esperanza cumplida y creo que comenzó a llorar, pero no estoy seguro porque mis piernas seguían siempre caminando. Siempre a través de las personas de blanco y sus estragos, regresé a mi casa sin percance alguno.
-No hablaste con nadie, ¿verdad?
-No. Hasta que te encontré. Tengo que confesarte que me sentí extraño de que se me volcara el corazón al verte caminar así, tan decidida. Déjame decirte que nunca te había visto tan hermosa, yo creo que tiene que ver con que aparecieras caminando entre autos tan gravemente golpeados y los estragos de la personas de blanco, viniendo hacia la puerta de mi casa. Por eso no tuve piedad cuando te alcanzaban esos hombres de blanco. Me sorprendí a mí mismo cuando terminé de golpear al último de los tres hombres con el escape del auto del vecino. De cualquier manera, supongo que ya no le va a servir de mucho su escape. Después tu sonrisa me animó a seguir golpeando los cuerpos hasta asegurarme de que ya no eran más una amenaza.
-Muy bien- Paola sonreía como si le hubiera contado una anécdota graciosa, lo besó y apoyó su negra y ensortijada cabellera sobre el hombro de nuestro caballero- Ahora, antes de continuar, quiero que me respondas una pregunta muy importante.
-Claro- Él sonreía con la sangre seca en la cara y el temblor en el cuerpo que había regresado, aunque ahora parecía obedecer a la impaciencia y alegría.
-¿Sigues escribiendo poesía?
-Sí, ¿por qué?
-Ya veo. Te juro que no te va a doler.

La Revolución. Manuel Rodríguez Lozano.

El sendero

Un sentier aux Sablons. Alfred Sisley 
Armando nunca se explicaría la decisión de tomar ese sendero. Aunque le podría dar muchas razones como la luz dorada de verano viejo que se filtraba entre las copas de los árboles o las cercas blancas decoradas con florecillas silvestres. Fue en un vado del sendero que volvió a encontrar a Paola. Reconoció su cara morena y su caminar altivo desde que ella estaba muy lejos y, mientras se iba acercando, pudo preparar un par de palabras para ella. Pero no funcionó, no era la misma y sus palabras ya no funcionaban. Una cara de interrogación fue la única respuesta.
La sorpresa de Armando se convirtió en terror cuando tomó la mano izquierda de la chica entre las suyas. Ella terminó  por decirle: “agarras las manos como padrecito”, y sonrió con el nerviosismo de una situación inusitada. Paola tenía que llegar con su novio, lo había estado jodiendo desde que se blandieron palabras serias para que la presentara frente a su familia, siendo ésta la mayor prueba de amor en el mundo ya nada galante. Cuando Paola se excusó, y le aseguró que se verían en la semana siguiente, pudo ver cómo la sonrisa de su antiguo amigo cayó despacio como un atardecer de verano viejo. ¿Por qué no se había apurado más en salir? La maldita costumbre de hacerse esperar le había deparado este encuentro. No es que no hubiera querido encontrarse a Armando pero le echó a perder el día más importante de lo que llevaba de vida, su día.
Armando caminó tan desconcertado que el viejo se dio cuenta de la enfermedad en los dedos y lo regresó a su casa con sólo cinco minutos de haber comenzado la clase. Para Armando era su tiempo, el momento  en que paseaba hasta la capilla del cerro en la que el maestro le enseñaba a tocar el piano que nunca iba a dominar, en aquellas merecidas vacaciones. Pero ya nunca sería así porque para el regreso a la casa de su tío lo había invadido el temor. Él recordaba perfectamente que Paola había partido hacia el sur hace 6 años y que ambos habían quedado desolados. Pero el tiempo todo lo cura, aunque resulta una cuchillada trapera del destino que la haya encontrado justo en ese sitio, una semana antes de partir. ¿Cómo había terminado su mejor amiga de la infancia en el pueblo que Armando había elegido para encontrarse a sí mismo?
Cuando llegó el frío desde el cerro Paola cerró la ventana y se juró a sí misma no volver a ver a ningún hombre, mucho menos al pinche chilango que se había encontrado en el sendero. Armando, que había sido tan importante cuando ella le pegaba a otros niños y comía cochinillas como buenos pasatiempos, le había arruinado todo por lo que había estado peleando desde hacía meses. No tenía de qué quejarse, al parecer todo fue perfecto: ella resultó encantadora a la familia del hacendado y Emiliano no se había comportado así con ella desde que le tuvo que pedir perdón por engañarla con la sirvienta, engaño que ella le reclamó cientos de veces porque se hubiera dado incluso desde mucho tiempo antes de conocerla. De pronto Paola montó en furia y comenzó a tirar todas las cosas que encontraba a su paso por la ventana; doña Josefina ya se había acostumbrado a no reprenderla desde quelas dos fueron conscientes de que la niña era la solución para las inacabables crisis económicas de su familia, que estaba tan lejos de ella.
Juan Salazar se había distinguido siempre por su honestidad avasalladora y ésta se incrementaba cuando se trataba de ayudar a su familia. Cuando su sobrino le pasó la taza del café con un temblor que le venía de los huesos y la mirada más perdida que nunca, supo que se trataba de un lío de faldas. “Cuando estábamos chicos fue una chamaca la que nos costó una buena friega a mí y a tu papá. Cuando tu papá se ponía triste se sentaba en la entrada de la casa y parecía que iba a quedarse ahí toda la vida. Esa vez yo salí para decirle que ya merendara y darle algún consejo de buen hermano, y por mis buenas intenciones me tocó a mí también. Le había dado por tirar piedras mientras estaba ahí sentado y no se dio cuenta de que iba pasando un niño. Cuando oímos los chillidos ya estaba tu abuela detrás de nosotros con el cinturón. Nada más así se le pasó.” Pero a Armando no se le pasó hasta que encontró un perrito de peluche junto a un montón de ropa que habían tirado desde una ventana. Lo reconoció al instante porque su mente ya iba instalada en otro tiempo y se dio cuenta que fue el regalo que nunca le dio la guapa María y terminó dejándole a Paola sobre sus cuadernos por no tirarlo, en el tiempo en que todavía Paola tenía siempre las manos frías porque extrañaba muchas cosas. Era una señal.
Al día siguiente Paola fue la sorprendida. Otra vez había sido un día perfecto: Emiliano la había tratado de maravilla y parecía que se había lavado todas sus penas en el viento que le goleaba la cara cabalgando. Pero oyó la voz familiar que la hizo voltear en seguida sin quererlo. Era una voz que no  venía de un lugar fijo. “Como el canto de los grillos”,  pensó y pudo sonreír un instante antes de volverlo a escuchar. Fue un encuentro de unos cuantos segundos en que ambos actuaron por instinto como nunca antes en su vida. Se verían para comer al siguiente día y a ella le llevó gran parte de la noche tener un plan perfecto para que durara lo menos posible esa comida. Ya eran demasiadas interferencias a su felicidad.
Doña Josefina no conocía a Armando y lo recibió como si fuera su mismísimo nieto pródigo regresando después de mucho tiempo. “Anoche escuché hasta bien tarde los pasos de la niña, entonces debe ser importante”. Por su parte, Armando no decepcionó a su anciana anfitriona con una serie de modales sencillos y que también demostraban cierta educación, “de esa que no se aprende con lecciones en la escuela, de la que se mama”. Doña Josefina le contó lo feliz que había estado últimamente su nieta con sus proyectos con el joven Emiliano. Desde que había regresado con ella no habían pasado muchas cosas, aunque sus papás se la habían llevado bien chiquita se aclimató muy fácil ya de regreso. Armando asentía sin saber cómo responder, pero ya había ganado a la anciana con las credenciales presentadas tras la primera curiosidad de la vieja mujer: “sería buen partido…”.
Para Paola y Armando no fue tan fácil, con doña Josefina encargada de servirles la comida con un mimetismo indígena y desapareciendo cuando todo estaba listo, quedaron solos y dudando cada movimiento. Evidentemente, Paola comenzó con las preguntas protocolarias sobre la vida, los estudios, los antiguos amigos. Pero cuando Armando intentaba abordar el pasado retrocedía a cada momento porque la conquista del parque ya no le parecía toda una epopeya, ni una gran aventura la vez en que escaparon de sus casas para ir a una fiesta de 15 años y los amoríos de la pubertad quedaba reducidos a tonterías que uno hace en la edad de la pendejada. Cuando Paola estaba apoyándose sobre su hermoso pie derecho para  despedir a su antiguo amigo, su cuello se irguió con sorpresa al sentir las fuertes manos de Emiliano tomando su hombro; sólo él la tomaba así.
“Doña Josefa me dijo que estabas con un amigo de cuando vivías en México”, le dijo para cumplir con sus introducciones siempre necesarias y tomó su cabeza para saludarla con un beso. Armando se dio cuenta que apretaba muy fuerte los puños con el beso de los novios. Además de las preguntas protocolarias el seguro Emiliano se dio el derecho a preguntar sobre Paola antes de los 16, (cuando antes había preguntado poco por el tiempo antes de conocerla) sus travesuras, sus primeros amores, sus sueños guajiros de la pubertad. Armando le preguntó a Paola con una mirada y ella se estremeció al comprender la pregunta, contestando en seguida Emiliano en tono de broma que la venganza sería muy fácil para ella si se revelaba algo indebido. Pareciera que Emiliano descubría una nueva faceta de ella ya que contestó con un par de comentarios que intentaban ser graciosos y le plantó un beso que duró varios segundos, creyéndose el hombre que acepta el reto de domar a una fierecilla violenta. Con una sonrisa de satisfacción se retiró un par de minutos después, “para que platiquen a gusto”.
Paola ya no corrió sutilmente a su amigo. “No recordaba que contigo era con la única persona con la cual los silencios no eran peligrosos”, el pecho de Armando recobró su corazón en un respirar muy hondo e incluso su palidez se desvaneció. “… y tú eras la única que me entendía o me decías que intentabas hacerlo”. Paola se avergonzó y, sin que el Armando la viera, se pellizcó la pierna para pagar la sonrisa que había dejado escapar y que Armando se hubiera dado cuenta de ello.  “Cuando te encontré en el sendero no supe que pensar. Vine a un pueblo perdido porque  no sé qué voy a hacer con mi vida y la vida me alcanzó en un sendero con florecitas”. Paola había omitido el pellizco esta vez y erguía su cabeza con la altivez que le habían dado diez años de ballet: “¿por qué haces mi vida tan difícil? Tú ya estabas enterrado en una ciudad de suciedades y sonámbulos trabajando. Aquí todo es más sencillo. Aquí todas las personas se saludan y las mujeres no tienen más ambiciones que tener una familia. No necesito que me digas que no sabes qué hacer con tu vida porque tienes todos los caminos que quieras por delante y que el mundo se irá abriendo a tus pies en cuanto te decidas. Yo después de ti elegí.”
Ya estaba obscuro pero todavía era temprano cuando doña Josefa despidió con verdadero calor maternal a Armando de su casa. Él intentó apresurar su partida hacia la ciudad pero las obligaciones con su tío lo ataban hasta que regresara la familia que lo cuidaba. Juan Salazar se dio cuenta de los problemas de su sobrino cuando el joven cortaba la leña y el hombre experimentado le dijo que pocas cosas valían la pena en esta vida cochina, a sabiendas de que la juventud le iba a impedir a Armando hacer caso de sus palabras. Entonces Juan Salazar le dio un revólver: “para que se desquite con los árboles en el monte”. Cuando llegó el tiempo en el que tenía que usarlo no pudo moverse y tampoco pudo explicarse bien porqué hasta el último de sus suspiros.
El resto de su vida persiguió a don Rodrigo Salazar la decisión de no tomar una caseta de cobro y tardarse media hora más. Armando lo esperaba sentado sobre su equipaje y comiendo un tamal de ceniza. Quizás fue que él nunca había visto antes volar tan bajo a un zopilote (aunque eso no tiene sentido) que se paró y comenzó a caminar mucho hasta sorprenderse al encontrarse a sí mismo en el sendero de las flores silvestres. Hasta el último día de su vida le llamaría la atención cómo se veían esas flores de cerro enredadas en la madera recién pintada de blanco, una cerca en medio del cerro que no resguardaba nada. Exactamente en el vado la luz cambiaba porque pasaba por un filtro que le quitaba la blancura convirtiéndose en luz de verano viejo o de otoño cercano. Olía a tierra mojada y cuando llevaba los pedazos de tamal a la boca tragaba aire de campo lo que le daba un sabor diferente, Armando caminaba con miedo de tropezar por ir observando el cielo con muchas ganas de matar un zopilote.
No se sorprendió, fue como si lo hubiera esperado el resto de su vida pasada, cuando Paola lo tomó con su mano izquierda, hermosa y helada. A él le dio por aventar muy lejos lo que estaba comiendo porque de nuevo lo tocaban las manos de una niña demasiado melancólica para su edad y los dedos de hielo se metían entre sus dedos ajustando perfectamente. Ella lo abrazó muy despacio subiendo sus manos frías por la espalda y posó su cabeza en el hombro del joven ya rígido. Paola tenía la necesidad de la confirmación a través de la piel por eso se frotaba contra el dorso del chico y exponía la suavidad de sus mejilla y su aliento en el cuello palpitante y varonil. Después se desprendió y, ella más hermosa que nunca antes bajo la luz de oro,  le preguntó con una mirada lo que él no dudó en aceptar de la misma manera. Lo besó muy quedito en los labios y las manos frías que habían subido lentamente por la espalda segundos antes ahora subían con loca tracción, hasta que se posaron en el cuello palpitante aferrándose para llamar a la muerte.

He escuchado a muchas personas que hablan sobre la superstición de los del campo, pero todo lleva una verdad muy en el fondo. Si se pregunta todavía en estos tiempos por allá en la Sierra Occidental a uno le dicen que fue  una da las brujas del cerro y que tenga cuidado porque el sendero es muy bonito pero la bruja todavía anda suelta. 

Wang Fo

«Shitao». Zhang Hongtu  

Quisiera ser poeta, y robarme
a la aurora; acariciar las olas
de sus párpados azules hasta ver
que se van desvaneciendo de sueño.
Y en repentina sonrisa de vida
que va iluminando la sombra del sol
hoy nacer en las piernas de tu día
y morir en los brazos de tu noche.

Robarme a la aurora en una barca azul
y que se vaya cantando a lo lejos.
Perderme en tu vientre en aquel abrazo
o perderme en tu sexo en oración.
Porque detrás de la mirada te va
creciendo mi destino: quisiera ser
poeta y tu cuerpo sería mi mar.

14915

Amor sacro y Amor profano. Tiziano.


a)
Como el ágil conejo en la nieve
salta la mirada sobre el brillo
de tu cálido ser que es tornasol.
Es el cabello de tu vida
que huele al frío pasado
que se esponja como un gato
al sonido de mi voz.
Es el triste azul
que pinta a tu aliento
y se oye como un canto
tan mulato como atroz.
La luciérnaga de tu vida
no podrá ser atrapada
pues va volando en círculos
alrededor de mi “jamás”.
b)

Mueve lluvia de mar la paz de mi ser
mueve lluvia el triste sueño apretado
en la quemazón de deseos malos:
allí es que todos vamos a alcanzar.
Mueve lluvia la mar inmensa de ayer
(y en mi paz frustrar) tú sólo recuerda
que nuestro suplicio no ha terminado:
recuerda lluvia de verano olvidar
medita que si te llevas nuestro mar
¿cómo viviré días desolados?
¿Cómo llenar de sol estos pasados
que en la inmensa mar no puedes esconder?
Pero mueve lluvia la paz de mi ser
que mi vida es el vómito del tiempo
y no el primitivo y sagrado aliento
que se extinguió en el seno de Agar.
Por eso, ¡muévete o muéreme mar!
que ya me alcanza el frío del principio
en que tu arrullo nunca tuvo sitio
y no hay un cantar del milagro del ser.
c)

Tras la marea de los días
traviesa duda me asalta
¿cómo es que hoy llego a vivir
si ayer inmensa agonía
me arrastraba al triste morir?
Frente a tus ojos sólo hay certezas:
certezas de mítico bosque en mí
danzan en carcajadas que el viento
derrama en nuestra naturaleza:
es la suave calma de tu vivir
mujer de antes del tiempo eterno
haces que mis sueños hoy se muevan
con tu boca: del sol el comienzo,
tus labios que son amor y morir.
Eres, ésta, mi patria castiza
Y esta noche en la que velo sueños
De las enfermas flores de abril.

Carta de una noche de verano.

19 de julio de 1995
A quien corresponda.


El motivo de la presente existe. Sin embargo, se encuentra disuelto en una serie de reproches contra mí mismo y todo este tiempo. El tiempo ha sido el gran problema de algunas de las mentes más poderosas de la humanidad quizá porque tiene que ver con nuestro ser en acción: si el tiempo objetivo no es más que una medida del movimiento celeste, nuestro tiempo es medida de nuestro ser.
Fuiste: vacío, espacio oculto al tiempo, sueño retrasado por milenios, la esperanza marchita de Nervo, acción del muerto en su podredumbre. Fuiste falta imperdonable antes de conocerte porque la vida caminaba como antes del comienzo: en un continuo de tierra y cielo, con el espíritu en penumbras, haciendo sin hacer porque el tiempo no es todavía.
Como escribía, tengo mucho que decirte pero no sé cómo. Durante un buen tiempo me hice a la idea de que no valían la pena las palabras por lo cual, mucho menos lo valía encontrar cómo decirte el trauma e infinita felicidad que representas.
Mujer como un ciervo herido, mujer como un lago junto al mar. Sé de más de una persona para la que has sido una bendición dolorosa como si fuera del Antiguo Testamento. Pero yo apenas y puedo hablar de mí; me equivoco: no puedo hablar, apenas me alcanza la vida para algunas palabras escritas, yo soy el que me tengo que perdonar.
Que sólo era un preludio para explicarte mi proceder con las chicas, que no me tomes tan en serio, que no lo mataría físicamente, que no puedo permitirlo porque siempre pienso en ti, que otra vez me  importa todo, que siento no haberte apoyado, que nunca hubiera imaginado mi aflicción con tu rostro, que me enojaba porque no podía soportar, que te veo para sonreír, que nunca me gustaste completamente.
Serás: soledades y primer sueño, prisión atormentada de felicidad, absurdo encarnado en el milagro de ser; ciervo herido, jardín oculto, fuente rota, cenote obscuro, sacerdotisa y diosa, máximo misterio y fascinación.
Me he explicado mi silencio, ya sabes para estar bien conmigo mismo. La explicación más sensata que llega a mi cabeza es la importancia. Me refiero a que en otras circunstancias resulto ser muy bueno con las palabras; sé que se trata de armas peligrosas por lo que uno se vuelve más atrevido entre menos dependas del receptor o sea más posible la sanación (perdón). Pero contigo era diferente. Tú puedes simplemente decir que soy un marica.
Mujer obscura caminando sobre las aguas, mujer del último día. El poeta se refiere a ti como el máximo misterio y el idiota vuelve el rostro con horror divino. Sacerdotisa que se encarama en mi dolor frente a la sombra del sol. Mujer como un cenote obscuro y cristalino, que puede ser océano en tormenta o suave tumba del que muere feliz.
¿Cómo pensar perderme en los dos soles obscuros que cargas de frente a la vida? Pero se detiene el tiempo (para efectos del obtuso: mi tiempo) cuando vuelves el rostro. Me dices que te disculpe pero que  tienes que ir a comer tacos y te pintas los labios con un interés que dormita en tu pecho y memoria. Déjame decir que recuerdo casi cada momento y tus gestos raros: tu mano restregando esos ojos somnolientos y entre mis dedos, tú bajo el árbol de los deseos. Porque es así como te das cuenta, no se trata de un resultado de premisas lógicas sino del tiempo en el que tu pecho se deja llevar por el viento, escuchas el susurro de los árboles cuando acarician el aire y te sientes bien. Es el momento en el que sabes que ya nada más sirves para dos cosas.
Te me presentas como el prójimo oculto que estalla a cada momento deslumbrando mi ceguera. Yo (como un insecto, como Isaac contra el filo) del final me maravillo: me fascino con la muerte. Porque este horror es la más pura vida, espesa sólo como sí misma, desparramándose en mi tiempo a partir de ti. 
Me gustaría mucho ser profeta y que algún día te encuentre como en mi historia: tú sonriendo despacito y yo con una caja forrada de terciopelo rojo contenedora de monedas raras. Entonces daríamos vueltas caminando a la ciudad hasta tener el cuerpo aburrido y terminaría mi platica con nosotros sentados en las escaleras del Teatro Juárez. Te contaría desde que uno ya no vale  para más hasta el tiempo en el que te escribo esta carta, pasando por el océano negro de un verano anterior en el que la muerte y  mi sueño ya no tenían que decirse. Entonces tú me dirás que ya sabías todo esto de alguna manera, sin darte antes cuenta.
Espero que leas esto y no prentendas sacar alguna conclusión. Ten muchos días felices.
Atentamente, Armando Noriega.


Intento 193

Estudiante muerto. Alejandro Obregón
Toco tu cuerpo y vuelvo a vivir.
Toco tu cuerpo con pies cansados
sangrando en el agua pura de tus
pensamientos hacia el obscuro mar.
Toco tu cuerpo y dejo de ser yo:
el mar supera mi propio ser
y en su fluir es que soy un tiempo.
Ya no toco el mar, creo serlo yo.
Toco el olor de tu lento latir:
es tu sangre de la tierra el fuego
y de ella observo mi frío dolor.
Toco tu sangre yendo hacia el mar. 
Toco el destino que te ronda
desde el silencio de tu río.
Toco el destino que me toma 
y llega a escribirte esta canción.
………………………………………………………………………………………………………………………………………………..
Desde lo obscuro de tu sombra veo
recogiendo tus bostezos y sopor,
eres el crucifijo en el que creo
y de voces divinas, dulce clamor.
Quizás seas Tiresias desde el dolor 
de sólo ver lo bello y lo feo;
añorando ser por lo menos rencor
hoy pido la maldición de Proteo.
De tus manos de Heracles el buen sabor
que fuera lo único que poseo,
quisiera hoy. Pero es el alma inferior
la que en la lontananza del paseo
me vedó de tu mirada, el resplandor.
Desde lo obscuro tu desprecio hoy veo.
……………………………………………………………………………………………………………………………………………….
La vida me pasa tarde:
en cuanto el triste silencio
de sueños desmañanados 
es mi cruz dentro del cuerpo.
Dolor de mañanas célibes.
Y con los ojos te pienso
en dulce suspenso pánico
de la ausencia en que te quiero.
Sobre el humo de mi hartazgo 
y ama de la vida el tedio 
pues no amar la dulce nada
sólo te abisma en mi miedo.
La vida me pasa tarde
(para el bardo es sólo sueño).
Aquí siempre es el ocaso, 
de la noche nace el miedo. 

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