-Ya he dejado mucha vida detrás del tiempo en el que te vi por primera vez. Ahora sé que somos dos desconocidos que se han observado, como en un sueño, y por eso es que nos saludamos y somos capaces de brindarnos el protocolo necesario.
– Es cierto. Pero todavía podemos sentarnos y recuperar todo lo que se nos fue con la vida de cada uno.
-Las cosas no son tan sencillas. Recuerda el tiempo en el que me decías que si no me entendías por lo menos y lo intentabas, y las aves desesperadas de la ciudad cantaban con sus cuatrocientas voces, justo antes de que cayeran al césped y que tu gato las metiera al departamento.
-Siempre tienes que hacerlo. Quizás por eso confié en ti: no sabes hablar como la gente normal. Además sabes escuchar, aunque sea por algo tan egoísta.
-Pero sabes que te gusta recordar conmigo. Porque eran tardes en donde sólo tenías que preocuparte por tu tristeza y porque no pasara el tiempo que te pemitía cumplir con promesas que uno hace irresponsablemente.
-Y tu novia me dijo más de una vez que me alejara de ti. Pero a mí no me importaba porque sabía que no me haría nada, ¡es increíble la cantidad de pendejadas que podemos decir cuando somos pubertos!
-No sólo entonces mi niña…
-Si
-Volví a sentir mi espalda, las plantas de mis pies, mi rostro y el cuerpo entero. Regresé desde mí poco a poco y sentí la falta que me hacías en la realidad que no es como quiero. Quizás es por eso que al salir de la casa no fui a donde tenía que ir, no me reuní con quien me tenía que reunir y el tiempo se me fue en instantes. Un niño sonriendo desde la espalda de su madre, el músico triunfando en el tren, los árboles somnolientos del otoño y la ciudad como un monstruo gentil por las mañanas. Caminaba por la acera observando la avenida rota por la lluvia nocturna, la misma lluvia que vieron los hombres primeros, y yo como esos estúpidos triunfadores busco el amparo del hogar y el seno cálido que consuela siempre en forma de mujer.
Ya no estaban las cortinas de nochebuenas desteñidas y el interfon seguía sin servir. Yo esperaba intentando conceder la magia a la realidad de que aparecieras sólo por mi espera, escuchar de nuevo tu voz chillona, observar el lodo en tus tenis siempre sucios y que rieras a carcajadas para todos las personas alrededor. Ya no estabas con tus vestidos como campos de tu tierra, ya no cantabas tangos muy antiguos en los que me decías que te quisiera y ya no bailabas imitando a una rubia que ganó millones de dólares enseñando su cuerpo.
Siempre me parecieron andadores demasiado pequeños, con sus paredes de diez pisos de altura a cada lado dándome claustrofobia, las tardes en que te buscaba. Primero fue sorprendente, y después aterrador, el grito de la chica corriendo hacia mí. Sus amigos dejaron el balón (eso no se hace habitualmente) y emprendieron la huida atropellándome en la estrechez del andador por el que intentaba salir de entre los edificios. En un par de segundo me vi huyendo como los chicos y mi prisa aumentó frente a las astillas que volaban al destrozarse el tronco más cercano. Entré en una tienda y de una manera más bien ridícula terminé de un salto detrás del aparador.
-¿Qué chingados?- Y una bala rasgó el cuello del tendero mientras yo me arrastraba hacía la puertcita que conectaba a la tienda con el departamento. Ya dentro sólo encontré una chica de no más de doce años en pijama que abrió los ojos increíblemente cuando me vio y derramó un tazón con cereal sobre el sofá que estaba justo detrás de ella, frente a la televisión encendida. Cuando me encerré en el baño me di cuenta de mi mal aspecto: tenía días sin bañarme y semanas sin afeitarme, además una bala había desgarrado la yugular del tendero para bañarme en gotitas de sangre por la espalda y la cabeza mientras yo estaba tirado temblando en el piso. Tú entenderás que no es cosa de todos los días salir a las autoflagelaciones con el pasado y que te comiencen a disparar en medio de las calles en que vivías.
-¿Qué pasó después?- Paola sonreía como una niña justo antes de que su padre cumpla la promesa de dormirla con el cuento leído en la cama cientos y cientos de veces.
-Sabes que no soporto la sangre. Cuando me vi lleno de gotitas de fluido ajeno en el cabello y la espalda me desmayé y de milagro no me rompí la cabeza con la taza o la bañera. Ya era de noche cuando salí a la sala en la que había encontrado a la niña. Creo que ya nunca más voy a poder desmayarme. Aún estaba la niña pero su pijama rosa había sido desgarrado a la mitad y el rostro, en el cual no había reparado al entrar, era una irreconocible masa sanguinolenta. También tenía signos del maltrato en todo el cuerpo, como si la hubieran estado golpeando por mucho tiempo con un objeto pesadísimo. Espero que no te extrañe que haya pensado que lo mejor fue que hubiera muerto tras los primeros golpes.
-Claro que no. Creo que tienes toda la razón- El rostro de Paola se comprimía en una mueca extraña que no era de felicidad, admiración o tristeza, sino que parecía mezclar todas.
-Bueno. Después decidí salir a la calle e intentar regresar a mi casa, por alguna razón siempre creemos que va a ser el lugar más seguro.
-Pobrecito…
-Quizás fue porque no quería ver más muertos, pero me decidí a salir por la puerta que da al edificio mismo y no a la tienda. Ya había escuchado algunos sonidos constantes que aumentaban pero no hice caso hasta que abrí la puerta y la tuve que cerrar en seguida. Un hombre alto completamente vestido de blanco había tomado a un pastor alemán y se divertía en golpearlo, afortunadamente él estaba de espaldas a la puerta cuando la abrí por un segundo. Los sonidos continuaban y unas ganas irresistibles me llevaron a arriesgarme y ver todo por la ventana. El perro estaba amarrado por el cuello con una cadena a una de las protecciones de las ventanas del departamento de enfrente y el hombre lo golpeaba en la cabeza con un tubo en la cabeza. Me llamó la atención que el perro ya no podía ladrar, lo golpeaba hasta que el pastor alemán estaba en el suelo y esperaba a que volviera a levantarse para golpearlo otra vez y regresarlo al suelo. A veces los intervalos para que el perro se volviera a levantar era de media hora o más pero el animal duró mucho tiempo antes de morir.
Cuando Luis me contestó no entendía muy bien su voz. Me dijo ya todo había ocurrido y que estaba desde la tarde en el techo más alto del edificio de su compañía. Se habían defendido durante varias horas y ahora mismo ya no se veían en los alrededores pero temían el regreso. En ese momento tuve que soltar el celular, el hombre de blanco ya estaba forzando la puerta. Yo no tuve la valentía para empujar en contra y evitar que pasara, en ese momento sólo pude pensar en ir al baño y ocultarme como antes había funcionado, podía pensar el hombre de blanco que era otro de los muertos de la casa al cual no había golpeado tanto. Pero nada ocurrió.
-¿Es aquí? ¿Este es el departamento en el que te has estado escondiendo?
-No. Por segunda vez intenté salir y entonces todo parecía que iba a ir mejor. Intenté escuchar pegando mi oreja a la puerta durante varios minutos y las cortinas se corrieron apenas un par de centímetros para asegurarme de que no estuviera nadie con la pálida luz del amanecer frío. Nunca había hecho tan poco ruido en mi vida para abrir una puerta, todo el mundo estaba callado en un silencio imposible mientras me iba acercando al portón por el que podría salir del edificio. Me paré petrificado cuando escuché a lo lejos una voz que se apagó al instante, regresaba el silencio de nuevo. Fue sólo un pequeño sonido, como cuando se patea muy quedito una lata, y el estruendo justo antes de que el portón (para salir del edificio) se encontrara en llamas. Fue una botella de vidrio con un pañuelo y llena de gasolina que se estrelló contra el portón desde fuera, yo regresé a la casa sin pensar que el fuego se podía extender.
Intentaba pensar sentado en el sofá, pisando cereal que había quedado sobre la alfombra y con el cuerpo de la niña a mis pies que pronto comenzaría a ser insoportable. Ya había pasado por demasiado, sólo esperaba que el fuego no se hubiera extendido hasta la entrada de la tienda que se encontraba al lado del portón del edificio. La tienda estaba en penumbras y era más obscuro detrás de los estantes a través de los cuales me había arrastrado hace no sé cuánto tiempo. A pesar de mi cautela para no hacer ruido pisé algo y caí para que mi cara terminara de empaparse con la sangre del tendero, por lo menos por el lado derecho. Cuando ya estaba afuera pensé que a lo mejor me había tropezado con alguno de los dedos que le habían cortado y que encontré hasta la cortina del local que tuve que subir con todas mis fuerzas para abandonar aquel lugar.
Afuera me di cuenta de que habían incendiado todas las entradas a los edificios en un intento muy tonto por incendiar los edificios. Había sido su primera tarea de la mañana. Sobre los chicos que antes me habían atropellado sólo podía hacer suposiciones porque en los estrechos andadores no encontré cadáveres, sólo pedazos de cadáveres tirados por todos lados de la misma manera que puedes encontrar mierda en el lugar menos esperado en el pasto crecido.
-Me asustas cariño. Yo creo que necesitas descansar, mañana me puedes seguir contando.
-No, quiero terminar ahora. Aun así la mañana era bella. Era de esas mañanas muy frías y muy blancas desde el cielo que te invitan a un paseo con los árboles quedándose a tu lado o al abrazo de la persona amada. Cuando regresé desde este pensamiento me di cuenta de que ya iba trotando en el camino más corto a mi casa. De repente mis piernas dejaron de responder y temblaban sin que yo pudiera impedirlo, también mis manos y mi cabeza seguían temblando por más que me golpeara (en medida de lo posible) para que volvieran a responder, creo que hasta la entrepierna se manchó en mi pantalón. Pero no te he dicho, ellos estaban ahí en la avenida rota por la lluvia con decenas de autos abandonados. Eran hombres y mujeres de diferentes tamaños vestidos de blanco desde los pies hasta la cabeza destrozando cabezas, violando dorsos, y separando cadáveres sin prisa, como una labor diaria que ya se hace automáticamente. Ellos no voltearon a verme mientras caminaba por la acera, seguían empecinados en su labor y un hombre sin el traje blanco, el hombre más común que haya visto en mi vida, de vez en cuando les daba órdenes para seguir en la búsqueda de sobrevivientes o remplazar a alguno ya demasiado ensangrentado. Ya había dejado detrás la entrada de tu unidad habitacional…
-Esos ya no son mis lugares…
-… cuando hicieron estallar un auto. Las personas de blanco levantaron sus cabezas por unos instantes por observar el espectáculo y regresaron a sus actividades ya habituales de despellejar gatos vivos o lanzarse ojos de muertos, como un empleo infinito. Sólo en la mirada del hombre común que los “ordenaba” pude ver el brillo, en la mirada, de una esperanza cumplida y creo que comenzó a llorar, pero no estoy seguro porque mis piernas seguían siempre caminando. Siempre a través de las personas de blanco y sus estragos, regresé a mi casa sin percance alguno.
-No hablaste con nadie, ¿verdad?
-No. Hasta que te encontré. Tengo que confesarte que me sentí extraño de que se me volcara el corazón al verte caminar así, tan decidida. Déjame decirte que nunca te había visto tan hermosa, yo creo que tiene que ver con que aparecieras caminando entre autos tan gravemente golpeados y los estragos de la personas de blanco, viniendo hacia la puerta de mi casa. Por eso no tuve piedad cuando te alcanzaban esos hombres de blanco. Me sorprendí a mí mismo cuando terminé de golpear al último de los tres hombres con el escape del auto del vecino. De cualquier manera, supongo que ya no le va a servir de mucho su escape. Después tu sonrisa me animó a seguir golpeando los cuerpos hasta asegurarme de que ya no eran más una amenaza.
-Muy bien- Paola sonreía como si le hubiera contado una anécdota graciosa, lo besó y apoyó su negra y ensortijada cabellera sobre el hombro de nuestro caballero- Ahora, antes de continuar, quiero que me respondas una pregunta muy importante.
-Claro- Él sonreía con la sangre seca en la cara y el temblor en el cuerpo que había regresado, aunque ahora parecía obedecer a la impaciencia y alegría.
-¿Sigues escribiendo poesía?
-Sí, ¿por qué?
-Ya veo. Te juro que no te va a doler.
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| La Revolución. Manuel Rodríguez Lozano. |