Lenguajes.

Ojos negros brillaron en medio de aquel hedor de hombres después de una jornada de trabajo, de jóvenes que mezclan los sudores de las manos y de mujeres de axilas mojadas. No había otro lugar en donde ir ni persona merecedora de que se le diera el asiento, por eso es que después de un par de rápidas indagaciones se sentó. Fue casi en el mismo movimiento que oyó la voz irritada que llamaba a su madre gritando que se tenían que dirigir a la otra pinche dirección. El chico alzó la vista como respuesta natural ante la alta voz y encontró los brillantes ojos negros. La fuerte mujer cargaba a una pequeñita preciosa la cual presumía sendas chapas en sus mejillas. Carlitos le sonrío y ella pintó una mueca en la que le respondía que ella no entendía a las personas alrededor suyo, tan apretados, tan malhumorados, tan poco como Carlos. Así fue que el chico conoció aquel lenguaje por primera vez.
Fue el siguiente día que pudo experimentar por segunda vez en aquel lenguaje no hablado. Llegó al centro en donde una mujer miope y con el corazón roto se empeñaba en cantarle el sonido de las letras en inglés y repetir hasta el cansancio las largas listas de verbos y new vocabulary. Había faltado una semana excusándose con una enfermedad, pero sólo él sabía que no le gustaba que al principio de la clase lo tratara como “Carlitos” y al final le gritara, masticando otros nombres que el niño no alcanzaba a descubrir.
Cuando Carlos llegó de la mano de su madre se encontró con una cáscara de felicidad en la miss y la noticia de que tenía una nueva compañerita. También eran ojos negros los que le dijeron en ese momento que ella no quería estar allí. Él le contestó que estaban en la misma situación y la comprensión mutua (empatía) los llevó a ser amigos desde el principio. Carlos siempre recordaría a Laura  con su vestidito floreado y el cabello suelto que le llegaba hasta el hombro. El rostro moreno que, después, ella le dijera que era color canela, pero sobre todo los diminutos huaraches blancos  que hacían tanto ruido cuando la niña corría, y se movían a un lado y otro con las carcajadas  producidas por burlarse de la miss.
Ciertamente podemos argumentar que era el mismo lenguaje el apretón en la pierna para comunicar “ahí viene la miss” y el abrazo que se dieron aquel crepúsculo en que los padres de ambos chicos tardaron en recogerlos. No me atrevería a hacer una traducción  de lo que se dijeron en aquel abrazo pues mi ignorancia es abismal en este caso.
Todos soñamos, pero es un fenómeno de jóvenes planear sobre los sueños y cuando Carlos recuerda que simplemente un día dejó de ver a Laurita y su corazón dejó de alterarse con el sonido de los huarachitos blancos, también recuerda que quizás un par de promesas se quedaron volando en el aire.
El joven Carlos Álvarez, brillante estudiante de Derecho, chico alegre y amable para la mayoría de las personas que lo miraban de lejos, se levantó del lado acertado de la cama. Hoy es un día importante para Carlos, y no va a graduarse, ni va a pedirle matrimonio a su novia, mucho menos va a comparar su primer auto, solamente habla de nuevo aquel lenguaje.
Es ante el espejo que Carlos se percata de algo inusual. Comienza por pensar en la tupida barba que años atrás no estaba allí. Sabe, siempre lo ha sabido, que sus ojos son color miel, pero extrañamente no se asombra de ver que la obscuridad cubre más allá de sus pupilas.
Se prepara como cualquier día, pero en su mochila mete una cajita forrada con terciopelo rojo regalada por su novia, dentro de la cajita hay monedas. Cuando suena la señal para que comience la clase de teoría de las obligaciones, Carlos entrega su boleto y sube al camión que lo lleva a Guanajuato.

Carlos busca mucho tiempo con una certeza en el alma similar a la fe. En la noche de algún día Carlos entra en una casa de té. Detrás del mostrador le sonríe una chica de piel canela y cabello suelto; él piensa que será la cuarta y última vez que se comunique así.

Te odio.

Te odio. Cuantas ganas he tenido de decírtelo con todas sus letras y poder ver tu reacción después de que estas sílabas salgan de mi boca. Y es cierto, pero no te lo puedo decir porque es la clase de odio más destructiva que existe, me la tengo que guardar porque es el odio que nace de una aprehensión insana. ¿De qué manera hubiera pensado el día de ayer que esto me iba a pasar? ¿Cómo iba a reaccionar si de ninguna manera pensaba que me dijeras “te quiero”?
Te odio. Eso es lo que tengo que derramar sobre el papel porque me consuela en las noche frías en las que pienso un mil historias, porque no me sin nada en la cartera no me queda nada más que soñar.
Te odio. Pero no te lo puedo decir porque tú no tienes la culpa de este deceso. Mi mente de obscuridad es la que ha querido que seas un lumbral en el cielo, cuando sólo eres tú misma. ¡Cómo se cambia! Si el día de ayer estaba absorto en la contemplación de una niña que ahora se da las ínfulas para hablar conmigo, yo la conocí ya hace algunos años y ver que su mente mantenía más secretos de lo que hubiera podido imaginar me llenó de la grandeza de la vida. Pero el simple hecho de observarte me puso piedritas en el alma, y bien sabemos los dos que son de esas que cosas soportables pero demasiado molestas.
Te odio y las ideas se me escapan. Tal parece que alguien me ha desatornillado una oreja y andan volando por mi cuarto, dejando su típico olor a aceite. Las ideas vuelan y me han dejado a merced de la sensibilidad: el frío en mis pies y manos, le constante sentimiento de malestar que se genera en el centro de mi ser. Palabras vanas que van y vienen detrás de los ojos sin ningún sentido, porque se trata de algo que manejamos los que nos sentamos en el piso para poder contemplar la gran vida. El malestar que se genera en el centro de mi ser, sube y encuentra un embotellamiento en el pecho y rocía la mente de una manera casi dolorosa. Son náuseas que explicaban los existencialistas. Vamos causando náuseas ante el descubrimiento de una existencia sólo es una formación de la esencia, decidí que fueras parte de ella y también por eso es que traigo una bola de estambre en la garganta y me duele la cabeza y creo tener frío.
Trato de odiarte por venganza de mí contra mí. En la revelación de mi realidad crece una ira que debería arremeter contra tu persona, pero tú estás en otro mundo y la saeta no te puede tocar de ninguna forma. El este mundo conceptual ¿cómo podría herirte lo que ignoras? El producto de mi debilidad, aprehensión, estupidez, me hiere a mí mismo, sólo en mí existe y se desarrolla como plaga del Dios de Abraham.
Julio oyó pasos y en el tiempo en que salió de sí y la puerta se abrió sus penas estaban apretadas en un puño y la silueta de Cora era recortada por la luz del pasillo.
-¿Qué haces en medio de la obscuridad?

-Nada.- Y Ese “nada” le dolió como una gran mentira de la persona en la que más confiaba.

Estilo Juan Ramón

Un soñar bucólico
en medio del cual te encuentro:

La luna sonríe,
la luna se encuentra emocionada.
¡Pobre de la luna!
Sonríe… y conversa con la almohada.

Las estrellas sonríen
y tintinean sus mejillas sonrosadas;
felices, las estrellas
al espejo líquido lanzan miradas.

Las brisas sonríen
en la azul algarabía de la vida;
inquietas, las brisas
juguetean con las flores caritativas.

A lo lejos, alguien llora.

Viaje

El vehículo era inmenso. Los dos estábamos ahí, justo al fondo, más de cien personas de todos tipos, razas, lenguas, almas. Era mucho tiempo, demasiado tiempo. Por supuesto había camas y lugares en donde reposar pues el tiempo de llegada era incierto, el tiempo en el que las personas llegan al lugar que siempre han estado buscando… sabes a lo que me refiero.
El movimiento continuo se acostumbra a nuestros cuerpos, pero nuestros cuerpos no se acercan, nuestras miradas aún no se han encontrado. Siempre he tenido la esperanza. Es por el recuerdo de tu cuerpo tibio bajo aquella sudadera gris, es por el movimiento de tus ojos y por la sonrisa angelical. Y el camión sigue su movimiento.
Desde el cuadro en el techo llegan los víveres, me doy cuenta de que sólo es agua. Cientos de garrafones de agua que van ajando todas estas personas de tez obscura por el camino. Me ofrezco a ayudar y cargando en medio del movimiento continuo es que encuentro tu lindo cabello. Trato, pero no me haces caso. Cargas lo que cargan lo demás y haces lo que hacen lo demás, a pesar de tus brazos tan finos y débiles. Entregas lo que sería cargarte a ti misma a un negro gigante que lleva un gran vaso en una mano y acomoda agua con la otra.
Ya quiero que lleguemos. Nadie sabe a ciencia cierta a donde nos dirigimos. Puede que sea sólo un viaje de ida, pero yo quiero ver tus ojos. Ella está arropando a los pobres niños cuyos padres han perecido en el camión. Sólo podemos bajar cada muerte, si queremos subir de nuevo. Yo llegaré hasta donde tú llegues, no importa lo que digan ellos, no me importa confiar en las personas y no me importa confiar en ti. Aunque no haya visto tu mirada.
Eres diferente a los demás que se encuentran envueltos por sombras. Ayudas a los demás con un poco de las sombras que llevan, pero no puedes llevar las sombras de todos y no puedes seguir sin voltear. Soy consciente de que no podré hacer nada hasta que tu mirada no se pose sobre la mía. Son cosas que todo el mundo sabe, incluso este pequeño mundo que está formado por retazos de mundos. Comenzamos en un lugar que apenas y conocíamos y nos vamos desplazando acompañados pero nunca completamente juntos. Nos podemos acercar si el ser con más luz posa la mirada sobre un ser de sombras. Pero mi esperanza nunca será derrotada, cuando ya no exista es que nada más existirá.
Por las ventanas observamos y escuchamos las estaciones, y cantamos de acuerdo a los sentimientos descubiertos con los paisajes. Ayer estábamos en la selva y hoy nos encontramos en le cumbre de una montaña: de un lado los pecadores contemplan el abismo y del otro la montaña. Al borde de tu mirada, solamente ese es mi deseo antes de caer en el abismo.
Los más viejos hablan con su persona pues no hay nadie que le pueda enseñar nuevas cosas sobre la vida y en un eterno responso irradian sabiduría a los demás pasajeros  que se encuentran absortos en sí mismos. Todos colaboramos para sobrevivir, pero no para vivir bien.  Los que no están consigo todo el tiempo pueden oír algo y la sabiduría llega a sus oídos como la primavera en los campos de los lugares que florecen. Algunos encuentran un poco de sabiduría y bajan en la siguiente muerte para nunca más volver. Los que se quedan es porque en los momentos de lucidez además de sabiduría encuentran amor. Eso lo jode todo.
Yo había encontrado conmigo muy poco tiempo. Yo sé que ella es un caso como el mío o por lo menos lo más parecido posible. Ella fue la primera que despertó para recibir amor, en primera instancia y no sabiduría. El hombre que la despertó ha muerto y se dice que ella estará con nosotros por siempre, pero creo que no son más que rumores. Yo desperté una noche de luna llena en verano, a la orilla del mar. Ella observó mis manos y supo que las cosas no estaban bien entonces es que salvó mi vida y el calor volvió a mi cuerpo. Pero me dejó, porque tiene amor y la sabiduría le dice que no debe ser privativo.
Yo desperté una noche en la que los murciélagos nos saludaban por fuera y las luciérnagas cavaban tumbas. El problema es que desperté desde el amor, como ella y la obstinación de mi dura cabeza me llevó a no encontrar sabiduría por mucho tiempo.
Fue una tarde de otoño en la que el grisáceo cielo llevaba una sonrisa a media luz y la naturaleza se encontraba en hibernación, cuando llegó la sabiduría. El problema es que fue ella de nuevo y la obstinación de mi alma me llevó a sólo adorarla.

Yo abandoné el camión una mañana de invierno en que el cielo se encontraba completamente claro. A lo lejos se encontraba un islote cubierto con guano, pero las gaviotas dormían a bajo la luz blanca. Mi mundo dejó de moverse de pronto y me encontré con las olas a mis viendo hacia abajo; envueltos en incertidumbre

. Ella me había mirado y fue la primera vez que dos personas estuvieron juntas. A nuestras espaldas Pachacamac. 

Aquella mañana.

Un misántropo es una persona demasiado que ama demasiado.
No pude terminar de leer “Lobo estepario”, y es que terminé odiando a aquel tipo. Ahora me vengo a dar cuenta que mi comportamiento se está comenzando a parecer a lo que alcancé a vislumbrar en aquellas páginas, desprendidas y amarillentas. Al principio del libro había cierta escritura de la persona que me lo prestó, para siempre. Era lógico que se sintiera así de enojado con la vida después de que la luz abandonó sus ojos y nunca volvió. Él vivió demasiado en poco tiempo y ahora era tiempo de desvivirse, de la peor manera, sin tener un motivo para hacerlo.
A veces creo que en realidad me vuelvo loco, sobre todo hoy que confundí a un par de personas con otras de mí pasado y estaba más que seguro de que eran ellas, al grado de esconderme de una de ellas.
Creo que pienso demasiado. Debería hablar más con las personas y pensar un poco  menos, creo que eso me haría más normal y podría alcanzar la felicidad como las demás personas, alcanzar la felicidad con cosas vanas de la vida, reír (francamente) por tonterías.
Pero el tiempo no pasaba de la misma manera para Armando dentro de la obscura habitación, dentro del espejo: en los pequeños triángulos sobre el marrón y la obscuridad del centro. Sospechaba que era la obscuridad, que era el ruido, la ciudad, su familia, las personas. Lo que bien sabía era que él mismo tenía la causa de todo esto.
Todo empezó un día que estaba particularmente lacónico, como personaje de Pérez Galdós. Ese día no era de los que las personas llaman feos, el sol brillaba y el viento equilibraba el clima de tal modo que no podía estar mejor. Un canto de aves, sorpresivo en la ciudad, lo sorprendió caminando hacia el transporte. La luz era apacible, un poco más dorada por estar en un día especial de otoño. Ella caminaba junto a él y lo tomaba del brazo al cruzar las calles, por las cuales parecían conducir hombres y mujeres de buen humor, por inverosímil que pueda parecer así sucedía. Fue aquel día de almas alegres y rostros iluminados en el que perdió la esperanza.
Al pensar qué hay que entender por esperanza para este relato, podría decir en mi defensa que es lo que se pierde justo antes del derrumbamiento del espíritu, aunque quisiera ser menos abstracto.
Todo empezó ese día en el que ella se tomaba del brazo del chico y un ligero sudor en las manos denotaba que estaba nerviosa. Quizás lo estuviera por estar en la gran ciudad, quizás por estar con Armando y quizás sólo sudaba. Aquel lindo día en el que lo ayudaba a encontrar “El responso del peregrino” entre libros viejos y estantes aún más. Y ambos sonreían pero no hablaban, las muecas eran al aire y comprendían los latidos del corazón en la cercanía de la piel al cruzar el Eje central, al tomarse por los dedos y mostrarse nuevos colores de aparador. Un día de muchedumbre y podredumbre en algunas esquinas, olores desde la basura y el sudor hasta una pequeña flor enrojecida en las Vizcaínas. Sus miradas no se encontraban porque sabían que era acercarse al precipicio y caer, caer y no poder salir pero tampoco llegar al fondo y sería añorar la muerte.
Él creyó que el organillo silbaba “Solamente una vez” y su piel sentía la solidez del cuerpo de la chica, un franco abrazo en el que entraban a la calle que los recibía con azulejos y un barítono dando una serenata a revés, del balcón a la calle.
Tiempo después ella lo recordará como un momento malo, maldecirá y una lágrima caminará, perezosa, hasta caer del pómulo a la fina tierra, tierra de monte.
  -¡Armando!
Él volteó con un reflejo que denotaba una voz familiar, voz poderosa para él. Diana estaba allí, deteniendo el tiempo como siempre y actuando sobre ambos con sólo ser. Diana apuntaba con la obscuridad de su mirada y hacía temblar la unión que acababa de cruzar los azulejos, los separaba la sangre se congeló en él y el mito regresó: un solo cuerpo eran dos.
-¿Cómo has estado?-  Y las palabras protocolarias que no eran más que una extensión del ser en acto de Diana, ella manifestándose en el pequeño mundo que acababa de nacer. Los labios divinos y resecos sobre la mejilla de Armando se sentían, además del aura de esta divinidad tocando el tibio cuerpo, poseyéndolo hasta la esperada quietud, hasta detener su corazón. Ella acercó sus perfectas manos a las manos del joven, manos sudorosas, manos (hasta ese momento) de su acompañante, manos tibias, manos firmes el tomar. Nunca más volvieron a ser así, la frialdad substituyó.
La acompañante entendió sin comprender. Volvería a su casa y viviría su vida y sólo sería ella.

Un día.

Los párpados tienen un color rojizo y ella se da cuenta de eso y se cae la felicidad que cargó de la cama al espejo. Se da cuenta de que es ella misma que se está diciendo que no es normal despertar al medio día y que las llamadas perdidas eran de su madre, de su hermana, de su amiga… pero nunca más de él. La luz entra por la ventana y la ventana sale al encuentro de un mundo en el cual hay maravillas en medio de un sinfín de colores, pero eso importa poco frente al espejo. Los perros ladran y ella mira los párpados enrojecidos tratando de recordar el día en el que está. Los perros no ladraban los días pasados y los días pasados la luz era diferente, había más sombras en el cuarto y se movían y jugueteaban sobre la blanca pared en una danza de aquellas que recuerdan armonías milenarias: danza shamánica, danza erótica, danza de ángeles caídos.
Él dijo que lo llamara y vendría por mí lo más rápido que pudiera, en un caballo, en un corcel blanco que correría en medio de los pocos árboles que acotan la avenida. Él dijo que vendría por mí…
Ella se sienta y bebe el café. La sorprende la paz con la que toma la revelación de la chica del espejo. La chica del espejo le decía que había dormido llorando, que el ceño había quedado marcado, que la sonrisa había menguado hace poco y se había contraído en cien eclipses fugaces y sin orden. Una chica desnuda que le habla.
Sé que me está mirando, pero ya nada me importa. Ahora recuerdo la sorpresa que me llevé en el ascensor en la muestra de exhibicionismo del hombre y quizás en su mirada es que pude ver un amor fiel y muy triste. Él no sabía expresarlo de otra manera, o por lo menos eso me decía.
Ella está de nuevo sobre la cama con toda la atmósfera sobre el la tersa piel, oprimiendo el cuerpo que se mueve sin una voluntad en un sueño profundo desde donde cae. En la caída es que puede ver y lo ve y se siente feliz, pero ella sabe que es un sueño y se siente feliz porque cae. Y está cayendo con él y los dos miran el horizonte, en el momento que recuerdan que no hay siguen contemplando y es el asfalto obscuro que los atrae y sonríen porque van juntos entrando en lo obscuro. Ella duerme y su cuerpo danza. Danza como en los primeros tiempos que se recuerdan con la brisa gentil de mediados de agosto. Danza en los primeros tiempos en que ella huele el suavizante de ropa, la colonia que los dos usaban, el sudor en los cuerpos bajo el sol, el olor a tabaco obscuro, el fétido (pero innombrable) olor de la ciudad. En sus movimientos está el tigre que acecha a la presa y el pequeño gato en el regazo de una muchacha púber.
Ya no quiere ir al espejo. La mujer que habita allí le da miedo y no la quiere, siente el desprecio que ella siente al ver a un ser de este tipo, al ver el clavel que muere a pesar de todos los cuidados, sólo después que trasplantaron (y murió) un geranio. Sabe que él la está observando y que la ama más que nunca, pero los perros que ladran, el café en la alfombra, él tocándose tras el cristal, todo ya no importa.
Es muy noche, pero en la ciudad no hay una noche demasiado obscura. Ella busca la sombra que hace falta en su habitación, quizás la encuentre en la obscuridad del asfalto. Ella sabe que es el céfiro el que despeina su larga cabellera y la tristeza vuelve porque el céfiro no es la brisa gentil de agosto. Camina sobre el asfalto, no falta mucho y ella lo sabe, ya ha pasado la Niké dorada. La avenida está acotada por árboles, los silenciosos árboles de ciudad que bailan poco, brillan poco, hablan poco pero son felices ante la visión de una sílfide caminando hacia el norte en medio del obscuro asfalto. Las noches en la ciudad son las más íntimas aunque nunca lóbregas, las noches en la ciudad muestran ángeles caídos que quieren mantenerse abajo, en este bello infierno. Quieren quedarse abajo en el valle que contiene una ciudad construida sobre las lágrimas.

Un corcel blanco viene del norte y la luna no lo ilumina, está escondida detrás del rascacielos la muy tímida. Las calles están acotadas por los árboles tranquilos y ella observa el blanco corcel sobre el obscuro asfalto. El corcel ha pisado el rojo y lo ha borrado del obscuro asfalto, por eso es que ella olvida a la muerte, monta y cabalga hacia el horizonte inexistente.

Carta con Eros.

Hoy he descubierto que vas a ser médico por Ernesto Guevara, o tal vez no… ¿Se dice médico para las chicas?
Hay muchas cosas que no sé de ti y viendo tus dibujos me doy cuenta de que has sido una chica demasiado ociosa. Estoy hablando del ocio como lo contrario del negocio, es que se puede malinterpretar, una palabra con un significado moderno que no me agrada del todo.
La diferencia entre ti y mi amor platónico es que tú no bailas, ni estás al otro lao del mundo, aunque no sé que importancia tenga eso.
Ayer escribí algo, creo que va a haber contraparte, ando muy dialéctico; dialéctico como el filósofo pedante ese.
Cuando quiero dejar de pensar viene a mí tu rostro. No es exactamente tu rostro, pero puedo ver y hacer acercamiento a cada poro, a cada uno de los cráteres de tu piel tan bella, tersa incluso al tal acercamiento. Y eres fiebre fría.
Soy malo para la memoria precisa pero no puedo evitar convertirme en el pecador que, a la orilla de tu mirada, contempla el abismo.
Para acabarla de chingar es un puto g… creo que ese es el gentilicio.
Tu boca se acerca y se convierte en la fruta edénica que no va a dejar de ser la perdición de la humanidad, no importa cuántas oportunidades se nos pueda dar. Despacio, cada una de las líneas de tus labios pintadas con un carmín de sol naciente en las cercanías del verano, no hagas caso. El símil con cualquier fruta carnosa siempre es poco pues el hambre nunca es comparable con el deseo irrefrenable que ejerce sobre mis sentidos. Por fin has logrado que deje de pensar.
 ¿Te imaginas mi ensueño en medio de la obscuridad absoluta? No puedo dormir si algún tipo de luz llega desde fuera, hace tiempo que ya no tengo miedo y parece fácilmente adaptable, deseándola más cada día.
Una meseta, una planicie de la misma piel, acaso más tersa y pura. Pareciera un recorrido onírico de esos que escribía mi tía y después me servían con Gisele. Un recorrido por una meseta desierta, pero no por eso infértil, sino que a cada paso se oye el palpitar de la vida en el suelo. El camino me lleva a la cicatriz de tu mortalidad. Aunque he dejado tu corazón se siente más que nunca, el palpitar de la vida, un ser lleno de pasiones y ese fuego que nos quema poco a poco, como el infierno cristiano.
¿Qué se siente ser musa tantas veces?
El camino comienza en una pendiente apenas perceptible, como alcanzar el fondo del mar en el mar Caribe. Quizás no sea de este modo pues desciendo cada vez más, apenas recordando que voy sobre la blanca arena. Desciendo cada vez y en una espiral sensible me pierdo en tu interior.

Gisele

Ella volaba en medio del bosque onírico. Las burbujas volaban suavemente por todos lados y las mariposas y aves multicolores volaba al mismo tiempo que ella, placenteramente y sin el mínimo conocimiento de la preocupación. Aterriza y comienza la suave danza, una danza en la que las suavísimas plantas de sus pies acarician la alfombra de pequeñas plantas y una danza de masaje a la madre tierra. La atmósfera deja sus colores vivos, ahora la atmósfera es azul y es fría, no le desagrada el frío. Ella puede ver los árboles inmensos y cómo los entes dejan de ser y son al mismo tiempo. En sólo una sombra, pero esta sombra no le da miedo, pues es la sombra de la persona que había estado esperando, aún más, es la misma persona que había estado esperando.
Atmósfera azulada y una sombra acercándose con un objeto redondeado y rojo en la mano izquierda, esto fue lo último que vio, y lo que más recuerda, Giselle de su sueño.
-Hacía mucho tiempo que no recordaba lo que había soñado con esta claridad.
-Dicen que pueden ser visiones del futuro- le contestaba Lucía a medio humor.
-¡No te burles! No sabemos qué tanto pueda pasar. Por pura ignorancia es que nunca creeré en ningún determinismo, no importa el tipo.
-A mí se me hace que te caíste de chiquita
Y así, las dos chicas hablaban cada vez más fuerte en el trayecto a la próxima clase.
Giselle creía firmemente que dependía de nosotros mismos el caer en la monotonía. Era una chica inteligente, pero también sensible; no siempre una buena combinación. Pero ella había dejado de tomar a su sensibilidad bajo un máscara de hierro pues se había dado cuenta de que ello le permitía muchas más cosas, es como ir perdiendo la pena que se tiene de chico, es como irle perdiendo el miedo a la bicicleta. Por lo que,  cada vez con mayor frecuencia, se encontraba a sí misma llorando la ver el noticiero de la tarde o perdida en la contemplación de una florecilla que logro salir en donde el asfalto se raja. Efecto de lo anterior fue haber descuidado la escuela y pasar de ser la mejor estudiante de toda la generación a ser simplemente una buena estudiante que se siente nacida un día que Dios estuvo enfermo, en lugar de exponer magistralmente el cambio en la política desde Maquiavelo.
Pero exactamente ese día, los pensamientos estaban más estancados de lo normal. Exactamente ese día que tenía que exponer la dialéctica hegeliana. En ella no había tal. Desde que el estruendo del despertador desvaneció su bosque onírico, todo el día había sido un monólogo del subconsciente, tomando y cediendo el control de la bella mujer.
Su proporcionado cuerpo atraía no pocas miradas por el rojo de su vestido primaveral. Era una tarde calurosa de verano y la mujer salía a respirar un poco y a leer. Los residuos de luz que se filtraban a través del follaje los fuertes árboles le parecía sorprendente. La luz en su mirada revelaba el café oculto de su iris. Comenzó a leer bajo la protección de un gran roble.
Había otra mirada de café oculto cerca. Un cuerpo más cerca de ser atlético que de ser escuálido, moviéndose con cierta rigidez. Ella oyó el seco follaje rompiéndose y cuando alzó la obscura mirada allí estaba él estirando su brazo hacia ella y en la mano una gran manzana roja.
Lástima que él no creía en los sueños.

First date.

– No seas cabrón y reúnete con ellos.
– Las cosas no son tan sencillas.
– Deberías sonreír hoy que las cosas son.
Después de estás palabras, el viejo tomo su bastón, bastón simple, rústico, con la forma de algún animal entre sus dedos, y se camino congelando el tiempo hacia su hogar.
Desde hace varios días estaba mal. De algún modo encontraba más razones para esto que lo que en verdad eran: al invierno, las chicas, los viajes, la escuela. Pero desde hace más tiempo he sabido que la diferencia entre fruncir el ceño y crear «patas de gallo» era mi forma de ver las cosas, eran las decisiones que me llevaran cerca del sueño.
De algún modo nunca volví a regresar a ese lugar en específico; de vez en cuando paseo por el parque, pero el recuerdo del viejo cada vez es más fantasmagórico, como un sueño perdido.
Ya que debo hacerte una confesión de nuestra primera cita, pues…
En busca de una forma de escribir el prólogo que me encargaron para aquel libro, paseaba por el parque. No hubo un ruido al estilo Hollywood, simplemente pasó el viejo Ernesto y me saludó, me saludó con las misma cordialidad de hace años. Su bigote recortado aún me sigue pareciendo algo muy elegante en su persona.
-¡Pero si no has crecido nada!- me decía al tiempo que le tendía la mano, un poco extrañado.
-Usted tampoco ha cambiado mucho- ¡hace años que no lo veía!
-Si… pero estoy de nuevo aquí.
-Espero que no venga aumentada su lo que creí ironía no sea sarcasmo.
– No. Es la verdad. Creo que tendré que decirte de nuevo que dejes de ser un cabrón.
-¿En donde estaba?
– Morí. Pero conocí a Melquíades. Platicamos lo suficiente como para que soltar la sopa.
-¿Cómo es la muerte?- En ese momento la sonrisa que había acompañado su rostro desde el muto reconocimiento menguó.
– Hijo, no me pidas que te explica cosas que no son de aquí con palabras que son de aquí. Sólo te puede decir que no hay límites. La muerte y la vida se necesitan.- y de nuevo la sonrisa con una luz especial en su rostro- Son dos amantes.
– Ha anochecido.
– ¿Te volveré a ver?
– ¡Claro! Me debes ayudar a escribir.

De esta manera fue como volví a ver a la persona que inspiró que escribiera. Es un viejo muy triste, pero creo que es porque encontró muchas cosas bellas mientras estuvo muerto.
-¡Es una historia fabulosa!
– Ahora es tu turno.

Somos alimaña

Un hombre camina por una calle de España, un hombre camina y las casas le cantan. El mismo hombre fue el que creció en la Habana. Es el hombre que en la selva ciudades fundaba y dio vida con el barro y tocó los tambores de Zaña. Un hombre camina con alma de niño y sube a las bardas; me grita desde la montaña: «De aquí se ve tu casa».
Un hombre camina y lleva en el recuerdo mi casa. El hombre despierta en la aurora de la mañana y divisa a lo lejos al ave que devoraba a aquella nativa alimaña y llora por la alimaña. Le pregunto: «¿por qué lloras?» y en su lánguida cara me di cuenta de que éramos la alimaña y aquel águila que nos devoraba simplemente en el éter nos dejaba.
Un hombre camina por la calle y sueña con el pasado que calla. ¿En dónde estaban las naciones hermanas?
No dejamos de ser hermanos, la Historia calla. La Historia es del nos quita la aurora de la mañana, del que nos ocultó que éramos la alimaña. Entonces Pachacuti me encara y esgrime la lanza; el hombre y yo somo los derrotados chancas.
Y en pocos instantes dos corazones las balas atravesaban. El dictador disparaba, pues el poeta en su Estado no tiene que hacer nada.

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